"Mas los bravos que unidos juraron, su feliz libertad sostener; a esos tigres sedientos de sangre, fuertes pechos sabrán oponer"

domingo, 12 de junio de 2011

"EL GRITO SAGRADO, de la Revolución de Mayo hacia el ¿a dónde vamos?"

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Una mañana amanecía nublada. Las partículas de humedad de aquella vieja ciudad suspendidas en el aire, iban condensando en pequeñas gotas que mojaban de a poco la tierra de aquellas angostas calles. Hacían barro, y mucho. Dificultaban el paso de las carretas, de los comerciantes y ensuciaban las lustrosas botas de unos jóvenes inquietos.
Pero aquel día no era uno más de las constantes rutinas de ciudad. Pronto algo iba a acontecer. Ya se notaban los síntomas. Nada iba a ser igual. Todo iba a mutar, a cambiar rústicamente. Las ideas, las palabras, la prosa, las convicciones. Se improvisarán ejércitos, escuadras, cuanto brazo desee armarse. Las familias se distanciarán unas de otras. Se harán la guerra. Y habrá guerra. Aquél espectáculo que Marte mismo ansía animar se va a llevar el suspiro de unos cuantos para transformarlos en gritos. Grito de guerra y libertad. Sangre, fervor, traición, magnanimidad, heroísmo, corrupción. Todo en pos de una causa. Causa que gestará una Patria, que ensalzará el nombre de unos simples mortales a los escalafones de Aquiles y Alejandro. Causa que en definitiva será memorable, grandiosa, una épica epopeya. Los sables tajarán cuerpos, aire. El cañón rugirá y hará sus estragos. El genio, el cálculo, la estrategia, la hirviente sangre de un patriota, la garganta que no dejará de enunciar unísonamente, el grito sagrado.


Las tropas estaban formadas. La mirada altiva, serena. El pecho inflado de un pavoroso orgullo. Mientras una improvisada banda tocaba melódicas estrofas, los cañones hacían salvas de honor por aquel distinguido suceso. Una bandera bisoña, nueva, se pronunciaba al globo entero.
Un general que la pensó y la dio, iniciaba su proclama “¡Soldados de la Patria y hombres de mi mando!: el 25 de Mayo será por siempre memorable en  los anales de la historia…”
De esta forma grandiosa Belgrano enseñaba a su Ejército la causa, el porqué, y el sentido de la lucha que hace unos años estaban llevando con grandes esfuerzos. Plasmaba en un trozo de tela rectangular el color de aquella gesta que, bien decía iba a ser memorable.
Pero ¿de qué se trató realmente este hecho? ¿Qué causas lo originaron? ¿A qué se debe que hoy no se ha podido efectuar el auténtico ideal que inflamó los corazones de muchos hombres que anónimos o no, sucumbieron en el campo de batalla, en los río o mares; en escritorios, asambleas; por la traición, el engaño, la enfermedad? ¿Qué era pues, esa libertad que persiguieron o intentaron alcanzar?
Abandonando las tontas imágenes y figuras que a un individuo del país le pueden venir a la memoria tras ser mencionada la palabra “Revolución de Mayo”. Se proyectarán en ese vulgo inconsciente que es la triste memoria nacional o común, las siluetas de negritos y vendedores ambulantes con dichos pintorescos o aburridos, o las damas y criollos vestidos a la época. O aquellas cintitas que repartían por la plaza. Se dice: “el 25 de Mayo nació la Patria” ¿y que sentido guarda esto?
Hay que entender a la historia como un conjunto de procesos que producen un hecho concreto para luego devenir en suma, a otros vectores que tracen otra resultante para luego pasar a ser vector. Así es el ciclo de la historia, así al menos desde mi perspectiva, es la historia. Nada se origina sin un porque, o sin un síntoma o conglomerados de ellos . Todo pues, es paulatino y progresivo. A veces abrupto, pero gradual al fin.


Pensar que la Revolución de 1810 se lanzó a su pronunciamiento sin antes haber fermentado primero: en las desigualdades sociales y jurídicas que diferenciaban a los criollos de los peninsulares y el comercio en toda su expresión. Segundo: las ideas de varios teóricos liberales que se ejecutaron – muy dispar a la propia utopía- en los levantamientos franceses de 1789 contra la monarquía. Tercero: sin en el antecedente de la insurrección del alto Perú un 25 de Mayo, pero de 1809. Cuarto: sin la atmosfera que se respiró a partir de doblegar a los ingleses en 1806 y 1807. Quinto: sin un Moreno, un Belgrano, un Castelli que, fervientes idealistas se despegaron de un sueño adormecedor e imposible para llevarlo a la misma realidad. Así podría seguir enunciando un sinnúmero de causas y efectos que generaron el memorable hecho de nuestra Revolución. No obstante, muchos insulsos movidos por meras ideas románticas apartadas de las fricciones de la realidad y de las declinaciones miserables del hombre mismo pintan, o distorsionan, el año 1810 y todo lo que esto conlleva, como una acuarela perfecta y majestuosa. Donde todo era noble, bueno y épico. La entonan y cantan con la misma poesía con que Homero trazó su Ilíada.
Si se levanta un monumento a Saavedra y luego, se hace lo mismo a uno de Moreno es absoluta incoherencia. Rendir culto a Carlos de Alvear o Rivadavia es contradecir la conducta y el legado de un San Martín o Guemes. Los primeros se ocuparon de extinguir toda idea justa y digna que movilizaron a ambos guerreros a entregar su vida tanto en la guerra, como en la política. A uno le costó el exilio, y el deceso lejos del suelo por el que libertó. Al otro, nada menos que la vida.
Pero esto que expongo es parte de la historia contada. Dicha narración no atiende más que al gusto e interés de cada sujeto que la reseña. Muchos apoyándose en el oportunismo y lucro, otros en la insensatez o ignorancia.
Pero la naturaleza misma nos enseña desde su misterio que todo tiene un orden, y un equilibrio. Hay una verdad; yo pues, intento seguirla.
El levantamiento en Buenos Aires contra la autoridad virreinal no tuvo otro origen mas que el comercial. Ya contando con el terreno despejado de futuras opresiones o medidas drásticas aquellos que no podían enriquecerse caudalosamente como los monopolistas, vieron en el cautiverio de Fernando VII, y en todos los aires que se respiraban una única oportunidad para ensanchar el estómago del dinero. Con esto se demuestra el obrar de muchos actores de dudoso proceder que hoy cuentan con plazas, bustos, libros y calles. Tenemos aquí el ilustrado ejemplo del fracaso de la Primera Junta, o el retardo de la rápida organización y constitución del naciente país que aun, como un feto, no tenía delimitadas sus fronteras.
Si se entiende la inoperancia y traición de Viamonte en Huaqui, o los negocios oscuros de Rivadavia, se quita el telón de semejante circo. Concluimos como el país que pudo, pero no fue. Deducimos la tristeza con que el patriota Belgrano muere en su lecho, o el veneno que coaguló la sangre de Moreno. Hubo muchos ingratos es verdad, pero también estuvo aquella estirpe digna y virtuosa que- errados o no en los medios- no se apartaron del objetivo ni del camino cual era constituir “un país donde sus hijos pudieran mandar” y esto que decía Castelli connota mucho de una simple oración de carácter político. Había que fundar algo nuevo, algo más próspero y feliz ante tanta desgracia en cualquier latitud de la tierra.  Se encontraban entonces con una inmensa pampa despoblada. Abundante en recursos. Donde no había un sistema indeleble estrictamente establecido; todo era inestable y cambiante. Y podía cambiar. Tampoco se contaba con una identidad común, sola la que la casta o el título daban. No había bandera, ni himno, ni ningún tipo de símbolo propio de un país. Únicamente subsistía la tambaleante construcción de un virreinato cuyos estandartes de opresión e injusticia otorgaban más razones para demoler aquel edificio que un 25 de Mayo fue ruina. Todo se preparó para levantar a la faz de la tierra una nueva y gloriosa Nación. Entonces, esta estirpe visionaria dio bandera, himno, escudo, moneda, pensó el país de una forma; imaginaron e intentaron construir un porvenir próspero como justa herencia a sus hijos, las generaciones venideras, nosotros. Entregaron lo más sagrado que tiene cada individuo, su propia vida. Algunos la extinguieron en el campo de batalla, o bajo el acero enemigo. Otros la apagaron lentamente, como el fuego de una vela que se consume de apoco, por el ardor de su ímpetu y voluntad en aras de esa añorada libertad. Han tenido la enorme gratitud de superponer sobre si mismos el bien público, la verdadera justicia, por sobre una vida cómoda o vulgar. Se comprometieron, y eso es lo que los hace traspasar las fronteras mundanas de los hombres mediocres. Fueron grandes en toda su expresión, no porque quisieron, si no por lo que hicieron. Coherencia, entre idea, realidad, y obra. Esa es sin duda, la excepción de las ilustres personas.
Hoy, sin embargo ya hay himno, bandera, escudo, moneda, leyes, instituciones, Estado, gobierno, e identidad. Ya acontecieron sucesos, procesos, gobiernos, dictaduras, oligarquías, populismos, pretendidas democracias; el país dio gente de renombre ante el globo entero. En la música, el deporte, la literatura, el arte, las ideas. Pero aún sigue pendiente el legado, la razón del sueño de Mayo: un país feliz.
Como si los escombros del virreinato continuaran desparramados y enmohecidos. Parece que nada se ha construido, o todo se ha derribado. Creo más lo segundo.
Las páginas de nuestra historia ya son 201. Bastantes para buscar una excusa que justifique nuestra desdicha. Pocas para dejarse abatir por la realidad. Pero ¿con que mantener las esperanzas, el sueño añoroso de una República próspera, si cada gobierno que sucede, cada vez que pasan los años la situación no es nada favorable, siendo más alejada la distancia entre miseria y prosperidad? Se dice que la juventud no debe apagar el fuego que la caracteriza en pos de la construcción del futuro. Pero ¿con que mantener encendido ese ardor? Y añado ¿ésta juventud? ¿esa clase de bribones, ociosos, y amorfos; desprovistos de toda moral, toda ética y todo honor; que nada entienden, ni nada les preocupa más que placeres vulgares y efímeros? Viendo todo esto solo debo preguntarme lo mismo que se interrogan los forasteros ¿hacia dónde vamos? Y duele más, saber la respuesta: hacia las cadenas. El trágico derrumbe. Donde los escombros todo lo aplastan, y ya en ruina nada se levanta. Solo polvo, tristeza y polvo. Séneca enseñó “ningún viento resulta favorable si no se sabe a qué puerto se dirige”. He aquí una sabia máxima que no se debe olvidar.

1 comentario:

  1. Hola

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