"Mas los bravos que unidos juraron, su feliz libertad sostener; a esos tigres sedientos de sangre, fuertes pechos sabrán oponer"

domingo, 20 de noviembre de 2011

Arcángeles sobre el Cielo Austral.




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"Alas emplumadas. Grandes. Enormes. Capaces de cubrir todo un cielo. Los cabellos ligeros y claros acompañan aquel rostro pálido y juvenil. Líneas, curvas y ángulos dibujan un suave rostro con textura hermafrodita. Hermoso, perfecto.
La mirada, serena y guerrera, se clava en el suelo imprimiendo la estampa de una Gloria. Es que debajo de sus pies yace suplicante un oscuro Titán. Lo llaman Lucifer, el ángel caído.
Aquel cuerpo atlético semejante al de un Hércules o Perseo, ostenta la armadura de un centurión romano, y lo envuelve una capa de un rosa claro que se mueve ante el soplo de quien sabe, quizás el viento.
Y la espada, aquella arma que simboliza honor y victoria, apunta firmemente a su víctima. Sin sangre ni mancha, más que el brillo triunfal de vencer.
La hazaña del Príncipe de la Milicia Celestial..."
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El Arcángel es una figura mítico religiosa que según la fe judeo-cristiana, son seres espirituales superiores a los hombres y el resto de los seres celestiales. Su misión, según se aprecia en los relatos bíblicos, consisten en ejecutar o transmitir las misiones o encomendaciones de Dios.
Quizás, la imagen que más impacte, es la de San Miguel a quien los cristianos llaman el príncipe de la milicia celestial. Pinturas románticas los esculpen en la epopeya victoriosa sobre Satanás, el ángel sublevado.
Pero bien, no es mi intención exponer sobre algo que concierne a la fe. Es decir a la creencia de cada uno. Por lo tanto cada cual tendrá sus convicciones al respecto. Todas, absolutamente respetables.
Pero bien me valgo de la figura de un arcángel para rendir mi sentida y profunda gratitud a los soldados alados que cruzaron los cielos australes en el otoño de 1982.
¿Porque razón? La entrega heroica y el valor de aquella estirpe de aviadores merece ser reconocida por los argentinos que hoy, tristemente, ni saben de que se trata. Ni de que se trató.
Muchos pilotos afamados de la historia, como Pierre Closterman as en la II Guerra Mundial, han dedicado su apreciación y admiración hacia aquellos muchachos que cumplieron con su juramente del 20 de Junio de "seguir la Bandera aún a costa de perder la vida".  
Juramento que hoy olvidan el simple obrero y el político que pone su mano sobre la Constitución Nacional. Juramento que no consiste en hacerse matar en guerras, ni fermentar revoluciones, ni levantamientos. Juramento que se traza en la sencillez de hacer patria. ¿Y que es hacer patria? Todavía me lo pregunto, creyendo dubitativamente que tengo la respuesta, sabiendo aún que a mi condición no me satisface.
Pero la Patria empieza en casa, y antes en el corazón y los principios de uno. Creo que ser buena persona es la mejor forma de ser un patriota, se sea o no consiente de los sentimientos de uno para con su país. Pero eso es un tema aparte.
Como joven seguidor de la historia nacional no puedo dejar de sorprenderme y hasta de esbozar con orgullo una marcada sonrisa, cuando las páginas narran las proezas de los pilotos argentinos durante el conflicto del Atlántico Sur. 
En este pequeño artículo ansío saldar esa deuda infinita que hace un individuo cuando se sacrifica por su país. Peligre o no su vida. Los aviadores argentinos, lo han hecho. Muchos a costa de su vida. He aquí mi humilde exposición.

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                "mientras cruce en el cielo un avión,
                  y un piloto argentino lo guié
                 no habrá nadie en el mundo que arríe,
                 nuestro blanco y azul Pabellón"    (Marcha Militar Alas Argentinas).

El reciente otoño de 1982 sorprendía al mundo con una plaza de Mayo abarrotada de gente. Esta vez, no para repudiar al tambaleante y descompuesto gobierno militar que se avecinaba a su ocaso. La ocasión ebullía en fervor bajo banderas argentinas y pancartas que decían. "¡Por fin nuestras!" "¡Las Malvinas son argentinas!" o las interesantes consignas de "Malvinas si, Proceso no".
Ese 2 de Abril la Operación Rosario había sido exitosa. Cerca de la media mañana ondeaba una vez más, después de 150 años, la bandera de Belgrano en el cielo austral.
Aquella misión fue ejecutada de forma impecable. Se recuperó las islas en menos de 24 horas, sin producir bajas en la población civil de las Malvinas, como tampoco en el bando militar británico. Tristemente, cae en combate el Capitán Pedro Giachino tras ser abatido por fuego enemigo cuando intentaba tomar la casa del gobernador inglés en las islas. Punto clave de la defensa de los royal marines.
Pero bien, esa mañana las radios anunciaban una noticia inesperada para los argentinos y el resto del mundo. E inmediatamente el clamor que lamentablemente despierta una guerra, se hiso sentir. La deuda histórica - y justa- se había saldado. Las islas Malvinas volvían a formar parte del territorio argentino.
El gobierno de Galtieri respiró aliviado mientras duró la guerra. La población se olvido del desastre del proceso militar.
Durante todo el mes de Abril, se preparan tibiamente las defensas argentinas ante una posible -y no creída por parte de los comandantes argentinos- invasión británica.
En ese mismo mes la Argentina es derrotada diplomáticamente al verse sin apoyo de los países de gran magnitud como los europeos, la URSS y los Estados Unidos. Quienes se volcaron a favor de Gran Bretaña.
El León insular estaba enviando su fuerza de tareas, una de las más grandes desplegadas en la historia, para reconquistar aquel archipiélago barrido por el viento y el mar.
La planificación por parte de la oficialidad superior de las Fuerzas Armadas argentinas fue deplorable e irresoluta. Efecto decisivo para el resultado de la contienda.
Pero bien, no me abocaré a contar cada suceso de la guerra. Me centraré en mi objetivo. Los pilotos argentinos y sus hazañas sobre los buques ingleses.
Vamos a señalar algo realmente admirable. Los aviones argentinos solamente operaban desde el continente, es decir desde las bases del sur patagónico. ¿Razón? Las pistas que se encontraban en Malvinas no estaban en condiciones para que operaran aeronaves de combate. Eran demasiado cortas y carentes de suministros. Solo podían despegar los Pucará y los Aero Macchi de la Armada. Aparatos despreciables en comparación con los cazas británicos. Sin embargo, no dejaron de ser temidos. Es que un aviador argentino lo tripulaba.
Por ende, desde aquellas lejanas bases del sur despegaban rumbo a sus objetivos, dando como tiempo operativo alrededor de 2 a 3 minutos. ¡Algo asombroso! Nada más.
A mitad de camino, los conocidos Hércules C-130, "las chanchas" como se dice en la jerga aeronáutica, los esperaban para realizar un abastecimiento de combustible en vuelo. Una maniobra poca vista en las aviaciones militares de la historia.
Un Hércules reabasteciendo en vuelo
Volaban al ras del agua. Sin ningún tipo de comunicaciones con el resto de los aviones de las escuadrillas o las bases del continente. Sus instrumentos de navegación estaban apagados para no ser detectados por los radares o aviones enemigos. Por lo tanto, solo se guiaban con un cronómetro y una brújula náutica en el aparato. ¡Más que asombro!
Las fieras olas del Atlántico Sur mojaban una y otra vez, las ventanillas de las aeronaves. Complicando la visibilidad y cuando no, corriéndose el riesgo de ser tumbados por el incesante oleaje marino.
El temible Harrier inglés
Cabe destacar además, la importante inferioridad tecnológica que abría una brecha considerable entre las fuerzas del aire argentinas y británicas. Las segundas, ostentaban los modernos aviones de combate Harrier y Sea Harrier (este podía despegar de forma vertical sin la necesidad de tomar carrera para su despegue, además poseen gran maniobrabilidad y agilidad en vuelo) armados con misiles aire-aire Sidewinter otorgados por los EEUU. Dicha arma bastaba ser disparada de cualquier punto del avión que buscaba por sí solo el blanco. Mientras que las fuerzas argentinas debían ubicarse en posición de combate y de allí disparar o con las coheteras (medio obsoleto para los combates en el aire)  o con sus misiles.
Otra cuestión a considerar era que, según el escritor Pablo Camogli, alrededor del 70% de las bombas argentinas no detonaban contra sus blancos. ¿La razón?
Bien dijimos con nuestros aviones debían volar al ras del agua para no ser detectados por los radares enemigos. Echo que genera que las bombas no exploten, pues estas armas necesitaban de una altura mayor para su activación. Además, se le colocaron espoletas de retardo de modo que si estallaban, la explosión no arrastrara a las aeronaves argentinas. De esto modo, puede apreciarse las imágenes de los buques enemigos con un orificio de lado a lado, producto de las bombas que no detonaban. El almirante inglés Woodward contó varias veces que si las bombas hubiesen estallado al impactar, probablemente "debiéramos regresar a casa" según sus palabras.
En éstas imposibles condiciones tripulaban los aviones nuestros pilotos.
Pero ambos bandos sabían que quien dominara el aire ganaría la guerra. La balanza a primera vista estaba volcada hacia el bando británico. No obstante había que probar en combate aquella apreciación.

    
Un A4-Q SkyHawk de la Armada Argentina con sus bombas
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Un A4-C de la Fuerza Aérea Argentina reabasteciendose
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El IA-58 Pucará de fabricación nacional
Pilotos de Combate de la Fuerza Aérea Argentina.
Pilotos del cazabombardero Dagger.
3ra Escuadrilla de Caza y Ataque de la Aviación Naval.
El terror de los ingleses. Un aviador argentino.
 NOTA: En la brevedad será publicada la segunda parte del artículo haciendo mención al desempeño en combate y las operación ejecutadas por parte de la aviación argentina en la guerra de las islas Malvinas.