"Mas los bravos que unidos juraron, su feliz libertad sostener; a esos tigres sedientos de sangre, fuertes pechos sabrán oponer"

viernes, 27 de enero de 2012

De la Democracia


Democracia. El gobierno del pueblo. Eso es precisamente el significado de dicha palabra.
Suena tan maravilloso, tan puro y tan indestructible.
Pero basta con mirar tan solo nuestro país, la Republica Argentina. Y allí esa palabra romántica y magna toma su mayor descomposición y se desploma, como se cae una ilusión.
¿De que se trata precisamente la democracia? ¿No es acaso el mejor sistema que pueda adoptar un país? ¿No es también una alta expresión de libertad e igualdad?
Aquellos planteos cobran una gran falsedad con tan solo señalar la pobreza que oprime y esclaviza, y la desigualdad que excluye y empobrece. Producto únicamente del descuido, la conveniencia y esa puja de intereses sociales que tan bien describe Karl Marx. Lo que él denomina la lucha de clases.
La democracia no ha garantizado, o al menos en una gran porción, todo aquello que pretendía y pregonaba. Su debilidad ha dado lugar a sangrientas dictaduras y totalitarismos. Lenin en su El Estado y la Revolución afirma que la mejor manera de instaurar la dictadura del proletariado es a través de una débil democracia derribada por la agitación social armada.
El retorno de la democracia en nuestro país en 1983 es un claro ejemplo de esto que menciono. Parece que ese noble sistema disfraza con palabras cálidas y novelescas el fetiche de unos oportunistas y la desdicha del conjunto. La diversión de los gobernantes y la infelicidad del Pueblo. Una gran contradicción si es el mismo Pueblo quien gobierna a través de sus representantes. Que no solo no lo representa, si no que lo engaña y  adula. La doctrina del pan y circo.  Bien dijo Rousseau. “Nunca ha existido una democracia y jamás existirá”. Hoy, varios siglos después yo digo que jamás se ha visto una autentica democracia, es decir que persiga su finalidad: el bienestar del Pueblo, por el Pueblo y del Pueblo como lo exclamo Abraham Lincoln. Pero si es posible que halla una. Es esta la finalidad de este escrito.
En el presente artículo intentaré abordar la cuestión de la democracia como sistema de gobierno. Los principales peligros que la conducen o a una semi-anarquía – entendido como la ausencia de poder – o a cierta dictadura – cuando las instituciones y los tres poderes reposan en una sola mano-
Para ello, analizando esta cuestión con argumentos históricos y teóricos de algunos pensadores, daré mi opinión acerca de  una renovación de la democracia sobre bases, no diría nuevas, pero sí olvidadas.

I - De la base y principios de la Democracia.
Bien dijimos al comenzar este ensayo que democracia significa el gobierno del pueblo. Pero ¿Qué quiere decir precisamente esto?
La urna. Un claro símbolo democrático.
Dejando para los soñadores y los teóricos la pavada de que el pueblo se gobierna a si mismo, podemos afirmar que es la elección de la mayoría de sus representantes. Es decir, de sus gobernantes y legisladores. Una vez efectuada dicha elección, el poder que reposaba en el voto se diluye y pasa a las manos del gobernante. Ya la mayoría no gobierna ni elige hasta una nueva elección o plebiscito – cuando no se da a conocer su opinión mediante revueltas o protestas -, y entonces los magistrados comienzan sus orgías políticas y la democracia se descompone, no sin antes empobrecer al Pueblo, o defraudarlo.
Pero hay algo de cierto en lo que Aristóteles expone sobre la democracia.
“La igualdad es la que caracteriza la primera especie de democracia y la igualdad fundada por la ley en esta democracia significa que los pobres no tendrán derechos mas extensos que los ricos, y que ni uno ni otros serán exclusivamente soberanos, si no que lo serán todos en igual proporción. Por tanto, si la libertad y la igualdad son, como se asegura, las dos bases fundamentales de la democracia, cuanto mas completa sea esta igualdad en los derechos políticos, tanto más se mantendrá la democracia en toda su pureza
A ello después agrega que la ley es la que gobierna, y nada ni nadie puede sobrepasarla, no sin antes haber degenerado en otra especie de gobierno. Sea una autocracia, una tiranía o  régimen autoritario.
De lo que se deduce que la igualdad ante la ley y la libertad son el pedestal de la democracia.
Dicha estructura es la que prevalece hoy en la mayoría de las democracias modernas, incluyendo nuestro país.
Toda asociación tiene una finalidad: su conservación. Y la conservación es proporcional al bienestar de la asociación. Este es el principio de la comunidad política como lo señala Locke.
La democracia como forma de gobierno fija su objeto en la prosperidad del Estado y el Pueblo para su perduración bajo los principios de igualdad ante la ley y libertad. Para garantizar dicha finalidad y dando forma y organización al gobierno se sanciona una Constitución. Es este el límite del que habla Aristóteles que no puede sobrepasarse. Límite volátil y vulnerable para los gobernantes de hoy que solo ven como margen su propio capricho, y su desesperada ambición.

II – De la relación entre Soberanía y Democracia.

Mucho se ha escrito acerca de la soberanía. El buen Rousseau quizás ha sido uno de los percusores modernos de este concepto fuertemente vinculado al Pueblo. Sin embargo sus opiniones son erradas y cuando no imposibles. Entre tantas, sostiene que la soberanía es indestructible, inalienable e indivisible. ¿Qué significa esto?
 Pongamos un gobernante que bajo las armas enmudezca la expresión libre de dicha soberanía. Pocos, muy pocos serán los que se atrevan hacer frente al plomo y la pólvora para defender la “soberanía del Pueblo”. Mejor quedarse mudo y quieto en donde se está. De este pensar prosperan las dictaduras.
O sin recurrir a un dictador imaginemos aquel que le conviene que el Pueblo este dividido. Un método más económico, menos cruento que la represión y mas barato en cuanto a costo político. Entonces surgen las divisiones, las pujas celosas y cobran fuerza las facciones. El interés público deja de tener prioridad, sustituyéndose  por fines particulares. Y la soberanía  es arrebatada por engaño, como a un niño pequeño se lo distrae para quitarle su sonajero. Así se reforman las Constituciones y permanecen muchos déspotas maquillados de democracia en el poder. Hugo Chávez en Venezuela es uno de ellos.
La soberanía, como señala Maritain, es un concepto en constante transformación. Antes se la atribuía al Rey como imagen de Dios, y que dicho poder supremo emanaba del Creador. Una noción tan descabellada no es propio abordar. La historia y los reyes hablan por si mismos.
¿Por qué el Pueblo ostenta la soberanía?
He hablado hasta ahora de esta palabra sin definirla. Pero me centraré en su atención en relación a soberanía y Pueblo.
La soberanía reposa en la idea de independencia y poder supremo. Es la resultante de estos dos vectores. La capacidad de discernir, elegir y disponer de medios o cosas para un fin. Es, en síntesis, la posesión de un todo.
Ahora, puede hablarse de Estados soberanos. Es decir de países independientemente unos de otros, a tal punto que pueden declararse la guerra o entablar algún tipo de negociaciones o alianzas. O la unidad de varios Estados amigos, como la ONU, que sin perder su autonomía gozan de una relación de parcial unidad y amistad entre si.
Pero situándonos en lo concerniente al Pueblo ¿Dónde se halla la razón de que éste es soberano?
La soberanía es uno de tantos conceptos míticos y románticos que sirvieron para destronar reyes y déspotas como producto de sus crímenes y abandono contra sus propios súbditos. Aún me planteo en profundidad filosófica el tema de la soberanía…
Desde una perspectiva simplista la soberanía reposa en el número, es decir lo mayor o mayoría. Esta expresión desploma la noción de un Rey absoluto que tiene el poder y el derecho de gobernar hasta el punto de elegir su sucesor o cometer los desmanes que se le plazca.
Bien puede un Gobernante usurpar o hacerse con el poder. Pero si descuida a sus gobernados pronto éstos pedirán su cabeza. El Gobernante puede reprimir y apagar las revueltas en su contra, hasta un punto que sea irreparable, las balas no alcancen y su cabeza se exhiba como un trofeo de conquista.
Kadafi ha sido uno de los últimos déspotas  destronados. La supuesta soberanía estaba en sus súbditos oprimidos. ¿Razón? Lo numéricamente mayor es matemáticamente más que lo numéricamente menor. Sus siervos leales no pudieron contra los rebeldes que los doblegaban en números y pasión.
Si la soberanía reposa en el Pueblo, y ésta se expresa mediante la voluntad general. ¿No fueron también los pueblos italianos y alemanes que abrazaron con vigoroso afecto la venida de líderes mesiánicos y totalitarios?  ¿O acaso un dictador se sostiene sólo por las armas y no con un apoyo mayoritario de la comunidad, sea por temor, sea por simpatía? Una vez más se descubre la idea roussiana de que la soberanía no puede errar.
La soberanía descansa y brota del pueblo por una cuestión de número y no por ideales míticos y románticos. Porque bien puede constituirse un gobierno autoritario y hasta hereditario. En cuanto sufre un descontento popular peligra la seguridad de su régimen.
¿O porque tengo que obedecer una ordenanza que me destierra de mis bienes porque a la mayoría hambrienta y engañada  le plazca instaurar un gobierno comunista? Tendré que ceder no porque la soberanía es justa y perfecta. Mas bien porque las mayoría me arrebatará hasta la propia vida.
Para concluir con nuestro análisis, el poder de la soberanía se haya en el número, es decir la multitud. Es por esta deducción que dicha potestad la ostenta el Pueblo, y no el Estado o un gobernante o asamblea de ellos.
En la democracia la soberanía se ejerce mediante el sufragio. Otorgando en sus representantes las facultades de poder. Que no son supremos –pues los magistrados están sujetos a cierto control de sus funciones, por más que esto contadas veces se cumpla y muchas más se burle - , ni se ceden por completo como pretenden Hobbes y Rousseau – el poder soberano vuelve a las manos de los votantes al finalizar los mandatos de los gobernantes mediante nuevas elecciones -.
La idea de una soberanía total sea del pueblo, o correspondiente a un hombre o asamblea de ellos, como también al propio Estado, no es más que un bruto artificio. Esta noción tan peligrosa es el claro germen que hacer brotar o totalitarismos, o espurias democracias manchadas de sangre, gemidos y corrupción; arrastrando al Pueblo hacia pesadas cadenas, o haciendo pagar a altísimos costos la cuenta de sus errores.
La soberanía es parcial en cuanto tiene límites. Ella no puede ser absoluta en ningún sentido. ¿A quién le corresponde? ¿Si el Pueblo la posee únicamente en el momento que el ciudadano tiene la boleta en su mano próxima a depositarse en la urna? ¿O  si el Gobernante está sujeto a muchas trabas por más que las burle, una de ellas es ceder ante la presión o popular, o extranjera o interna? ¿Y si el Estado no es más que un instrumento que manipula el gobernante que mencionamos recién?
Es un error grave hacer descansar exclusivamente la democracia en la soberanía del número” (Aristóteles)
Por lo que me pregunto si es correcto hablar de soberanía propiamente dicho…

III – Del motor o principio que debe poner en marcha a  la Democracia.


Toda buena idea es bella en cuanto la inspiran bondadosas y provechosas aspiraciones. Toda idea es grande y hasta perfecta, pues intenta correr detrás de algo bueno. Sin embargo, cuando ésta busca aplicarse o efectuarse, enseguida choca contra las fricciones de la realidad. La idea se empobrece, de tantos golpes se deforma y a poco o nada ha llegado como se pensó.
Esta es la base del fracaso de grandes teorías políticas que decaen cuando se instauran. El hombre todo lo hecha a perder.
La democracia, después de la aristocracia del mérito, es en la teoría el mejor de los gobiernos que pueda haber. Ella da la idea de rectitud, justicia es su estricto sentido, transparencia y progreso, además de libertad e igualdad que son el pedestal en donde se apoyan.
Pero ¿cuántos países se han empobrecido en las democracias? ¿O no han sido las enfermizas y tambaleantes democracias las que han originado dictaduras, revueltas con sus costos en vidas humanas o totalitarismo? ¿O no es la democracia un cuento de terror narrado en forma de poesía? Ya hablaremos de ello.
Veamos algo del buen Montesquieu:
El gran escritor del Espíritu de las Leyes señala que la democracia debe tener como principio, es decir el motor que la impulsa para su fin en el cuerpo político, a la virtud. Dicha idea también es sostenida por Platón, Aristóteles y hasta Maquiavelo.
Pero ¿de que se trata esta virtud? Montesquieu expone: “Lo que yo he denominado “virtud” en la República es el amor a la patria” Una idea muy general y abarcativa para tratar. Pero sigamos.
El amor a la Patria debe ser el primer ideal que ostenta la virtud, digámosle la virtud política. ¿Acaso, en teoría, un postulante a funcionario o gobernante no ansía ese puesto para trabajar por el bienestar de la sociedad, y trabajando por el bienestar de la sociedad no se hace un bien al país al que se pertenece y desea servir? Si. Lo triste es que contadas veces se vea esto. A mayor poder, mayor ambición. A mayor ambición, mayor corrupción. Esta es una de las reglas del poder.
Continuemos.
Bien dije que la virtud política se construye bajo la base de amor a la patria o servicio a ella. También el refrán dice que el infierno esta lleno de buenas intenciones. Sin duda.
Por lo que amando al país no se logra nada. Es menester que ese amor sea fructífero y se efectúe. ¡Cuantos han sido los personajes que después de su narcisismo, quisieron ver engrandecido a su país! Bonaparte fue uno de ellos. Y así terminó.
Un político además de vocación de servicio, debe contar con un alto sentido del honor. ¿Qué quiere decir? Que tiene que soportar las tentaciones, el rechazo al lujo, el oportunismo, el lucro y los progresos de la corrupción en todas sus vertientes. El honor es aquel escudo que resiste esas embestidas, manteniendo al soldado con los pies firmes sin haber retrocedido un paso.
Sin honor, el hombre se descompone, y todo decae en ruina. Ahora ¿Qué sucede si el honor se diluye por la atmosfera putrefacta propia de la política? Alguien escribió. “El honor es como la virginidad, una vez que se pierde ya no se recupera”. Además esta noble cualidad jamás se quiebra ni se troca, o nunca fue honor. Muere, resiste y acompaña al individuo hasta su deceso. No hay excepción.
Podemos tomar nuestro concepto de honor como un equivalente a honestidad u honradez, pero el honor es más que esto. Es la más alta expresión de la sinceridad y rectitud.
Con ideal patrio y honor, tampoco se llega a mucho. Será preciso dotar a nuestro hombre de espada, habilidad y coraje, de modo que pueda ser vencedor en la arena política.
Para ello debe contarse con ciertas capacidades propias para el ambiente en el que se relaciona o relacionará. Y por ello se entiende a la astucia, en su sentido de saber aprovechar y obrar en los momentos oportunos, las debilidades del oponente, el conocimiento de la situación, tomar ventaja, perseverar, etc.
Un alto razonamiento o sentido de juicio. Propio para afrontar las crisis y que es preciso sacrificar, o a que debe darse más importancia según las circunstancias.
La oratoria y el carisma son elementos más que esenciales, pues si no se logra atrapar la atención del publico ¿a que se llega? ¿Quién lo conocerá o lo querrá en algún cargo en la que una sociedad predominante por los medios de comunicación de la figura y lo mediático prevalecen permanentemente?
Considero estas cualidades como la constitución de la virtud política. De seguro hay muchas más para pensar e imaginar, sin embargo será pedir mucho o ver algo inexistente en los hombres de hoy.
La virtud política es más que primordial para afianzar una próspera y sana democracia. Ello hará un buen gobierno, y un buen gobierno un gran país.
Volvamos a las enseñanzas del buen Montesquieu:
“Cuando la virtud deja de existir, la ambición entra en los corazones capaces de recibirla y la codicia se apodera de todo lo demás. Los deseos cambian de objeto: lo que antes se amaba, ya no se ama; si se era libre con las leyes, ahora se quiere ser libre de ellas; cada ciudadano es como un esclavo escapado de la casa de su amo; se llama rigor a lo que antes era máxima; se llama estorbo a lo que era regla; se llama temor a lo que antes era atención. Se llama avaricia a la fungibilidad y no al deseo de poseer. (…) pero cuando la virtud se pierde, el tesoro público se convierte en patrimonio de los particulares. La República es un despojo y su fuerza ya no es más que el poder de algunos ciudadanos y la ruina de todos”
Muchos dirán que todo esto que brevemente expuse sobre la virtud política es mera ilusión, pura utopía, uno más de esos ideales ficticios que solo se hallan en las cabezas soñadoras y los libros teóricos. No obstante, no veo otro camino que la virtud para hallar un buen gobierno y una sana y respetable democracia. Todos los demás medios y empeños se desplomarán al fin.
Aunque añado: lean la vida del general George Washington. Él ha sido un claro exponente de lo que traté aquí.
Por regla común, el respeto y cumplimento de  la ley, la Constitución, la separación de poderes, una correcto funcionamiento de las instituciones del Estado para la comunidad, el castigo mediante la justicia a los descarrilados, corruptos y delincuentes, el ferviente empeño en erradicar la pobreza del propio país, y cuantas cosas más, como salud, educación y trabajo, son los principales signos en los cuales puede deducirse de la efectividad de un gobierno democrático que vela, como un centinela, por la integridad de la República y el ciudadano.

IV – De las enfermedades o descomposiciones de la Democracia.

No nos vamos a permitir trazar un modelo de gobierno perfecto. Ni tampoco describir con iluso entusiasmo las cualidades propias de nuestro sistema utópico de gobierno. Caeremos en el mismo error que frecuentaron muchos pensadores. Separar la realidad de lo ideal. Lo inalcanzable de lo posible. Esta regla, que nos sirve para no andar ebrios en nubes soñadoras de vapor, no amerita por ello apartar los rectos principios que debe portar un hombre honrado. De lo contrario, sea en corto o largo tiempo, nos corromperemos y ese será el comienzo de nuestro ocaso, y la frustración de lo que una vez fue un sano proyecto.
Para hablar de política y sus fines es preciso entender y hablar del hombre. No puede concebirse ni un gramo de ideas si no se comprende la naturaleza del hombre. Todo lo demás será ficción.
Los Caníbales, de Goya. Los hombres se depredan así mismos.
Hobbes escribió: “El hombre ama la libertad y a la vez, el dominio sobre los demás”. Ya será oportuno desglosar esta ecuación filosófica que el buen Hobbes pensó. Comprende mucho más que las contradicciones entre libertad y opresión.
Al común del hombre le gusta mandonear –que dista mucho del mando que exige comprensión y resolución – y no obedecer más que sus impulsores caprichos. La obediencia no es más que sinónimo de esclavitud para el. Sin embargo se la exige a los demás como un mandato religioso o una sagrada doctrina.
Le encanta que lo alaben, y a la vez que le teman. Disponer e imponer de lo que sea.
Le robaría la eternidad infinita al mismo Dios si pudiera. Todo con un solo propósito. Mantenerse en el poder. Ya Maquiavelo sostuvo que el primer principio del poder no es el servicio a la comunidad, ni el bien común, ni nada de ello. Si no su conservación.
Es ésta la clara razón del porque el hombre ansía ese espacio, esa cumbre de dominio para él y el vació para los demás. Se depreda a si mismo, entre semejantes, para no acatar las ordenes de nadie, si no al imperio de sus ambiciones que desea expandir hasta destronar a quien tenga ese vicioso privilegio. El hombre es el lobo del hombre…
Ningún sistema de gobierno es malo. Cada uno de ellos, de manera diferente busca instaurar un orden y una armonía entre gobernantes y gobernados. Pues, ya mencionamos que la finalidad del cuerpo político o la organización de una sociedad con su respectivo Estado, administración, leyes, etc.; es la conservación de la misma, es decir promover su bienestar para hacer perdurable su existencia.
Una monarquía, si es ejercida por un buen rey no sería perjudicial, como así tampoco una democracia. La antítesis del primero.
Lo que erra y contamina todo es el hombre en su facultad de ambiciones de poder y dominio. Y si, como en el caso de una monarquía, el poder reside en una sola mano claro que es peligroso y ruinoso aquel sistema.
Las democracias propias de nuestro tiempo - porque cada sistema de gobierno corresponde a procesos y circunstancias correspondientes y únicas de la historia- no es la excepción.
Vamos a tratar aquí de que manera se descomponen las democracias, entendiendo como aquel germen originador al hombre contaminado por la política.
Ya desde de los primero escritos de política, quizás con Platón y su Republica, se ha tratado la manera en que los diversos sistemas de gobierno degeneran. Es decir, como una democracia o una aristocracia pasan a oprimir a sus gobernantes en vez de garantizarles prosperidad.
Bien se entienden según la tradición antigua, tres formas de gobierno. A saber: Monarquía (donde el poder reside en una solo hombre), Aristocracia (donde el poder se expresa en un conjunto selecto de hombres) y Democracia (donde la mayoría es quien ostenta el poder o soberanía)
Claro que hay muchos tipos de monarquías, aristocracias y democracias. Hay monarquías absolutistas, parlamentarias, dinásticas y teocráticas que es casi lo mismo que la absolutista con algunas variaciones en su fundamento o concepción. Como aristocracias selectivas, electivas y hereditarias.
De lo que en la presente parte del escrito nos ocuparemos es de la democracia. El sistema más común en el mundo moderno, y el que rige afortunadamente en nuestro país.
¿De que manera se degenera la democracia?
Por regla general podemos decir que hay dos casos.
Primero: Cuando el poder se diluye debido a la ausencia autoridad por parte del gobierno vigente.
Segundo: Cuando el poder pasa a concentrarse en una sola mano.

Continuación. De la ausencia de poder.
Quizás sea esta una de las tragedias más funestas para el porvenir de un país. El vacío de autoridad no solo quiebra la solidez institucional propia y necesaria para un buen funcionamiento del Estado. A espalda de la crisis, los oportunistas comienzan a tejer alianzas para turnarse en el poder mediante negocios fraudulentos, cuando no otros saquean los recursos de la nación a través de decretos que nadie ve ni controla producto justamente, de la ausencia de poder. Si a ello agregamos las constantes revueltas que se originan, destrozos, y falta total de la Ley, todo es un caos y el país inexorablemente no tiene más que unas pocas alternativas.
La crisis del 2001 en Argentina, demostró las consecuencias de  la ausencia de poder.
O el que sucede al gobierno desertor no puede controlar las manifestaciones ni el desorden socio político y económico, y debe marcharse, continuando así la confusa acracia. O llega al poder un gobierno que con el pretexto de la crisis imperante acumula insaciablemente el poder para frenar aquellas sediciones y una vez cumplido esto, se perpetua en el poder. Estamos entonces ante una anarquía en el primer caso –entendida como la falta de autoridad política-, y ante un gobierno tiránico en el segundo. La resultante de esto no puede ser más funesta. El fracaso de ambos proyectos, y la sucesión de prolongados proceso de crisis que empobrecerán y devastarán al país.
¿Acaso la historia no nos señala que luego de la destitución de un gobierno producto de su misma incompetencia e insuficiencia de resolución se avecina una seguidilla de levantamientos sociales y conspiraciones políticas dando rienda suelta a la clara venida de un falso líder mesiánico?
El jacobinismo, el nacionalsocialismo y el fascismo son los exponentes más aberrantes que la historia moderna de la humanidad nos demuestra.
Todos llegan al gobierno aprovechándose de las crisis en sus países. Todos buscaron conservar el poder mediante el terror, la persecución, los asesinatos, y la imposición de un pensamiento homogéneo que rinda culto a su figura. Todos también fracasaron y arrastraron al infierno su propia vida y a su país.
No hace falta hacer mucha memoria para recordar el desgraciado diciembre del 2001 que aniquiló la institucionalidad política en la República Argentina. Sus consecuencias, pese a una leve –y no por ello algo falsa- recuperación continúan padeciéndose. Llega un hombre poco conocido al poder, y unos años después instaló un modelo hegemónico, faccionista autoritario que hasta el día de hoy mantiene la dirección del Estado que lo apropiaron como elemento suyo.
Ahora bien ¿qué elementos son lo que originan la ausencia de poder?
Los hay tantos como pueda expresarse la imaginación humana. Pero podemos decir el más general. Un gobierno vacilante, dubitativo, irresoluto, tímido, impopular o de baja aceptación. Estas condicione dan lugar para fortalecer y armar a los opositores. Que no buscan el bienestar de la sociedad si no la destitución de sus oponentes  para que luego ellos se alcen con el gobierno. Nadie viene a trabajar a favor del Pueblo, si no a sacar cuanto provecho puede.
Estas facciones van conspirando con los poderes económicos y sociales - es decir el empresariado, los sindicatos, etc.- de modo que puedan dar el golpe oportuno y cauteloso para no ser tildados de sediciosos ni golpistas. Calificativos terminales y ruinosos en los días de hoy tras las heridas de los procesos dictatoriales.
Sin embargo, me atrevo a observar que el gobierno no será desplomado hasta que una marcada revuelta social se manifieste. Este suceso solo puede desencadenarse bajo un solo método: que se toque el bolsillo del ciudadano.
Así cae un gobierno de una manera que no necesita gente uniformada, ni aeronaves sobrevolando las casas de gobierno, ni fusiles con sus bayonetas.
No por ello deja de allanar el terreno para una dictadura explicita o maquillada de democracia.
Cuando un gobierno cae es imposible que no arrastre consigo al país.

Continuación. De la concentración del poder.

Vamos a ver algunos renglones escritos por Locke:
John Locke.
(…)Otras formas de gobierno están igualmente expuestas a ella: porque siempre que el poder, puesto en cualesquiera manos para el gobierno del pueblo y la preservación de sus propiedades, sea aplicado a otros fines, y sirva para empobrecer, hostigar o someter las gentes a irregulares, arbitrarios mandatos de los encumbrados, al punto se convierte en tiranía; bien los que tal usaren fueren muchos o uno sólo. Así leemos de los treinta tiranos de Atenas cómo de uno en Siracusa; y el dominio intolerable de los decenviros en Roma no fue cosa mejor (…) Siempre que la ley acaba la tiranía empieza (…)”
¡Con cuanta verdad nos ilustra la pluma del buen Locke! Quiero resaltar. “Siempre que la ley acaba la tiranía empieza”.
Para hablar de tiranos no hace falta que venga a nuestra imaginación la figura de Cayo Julio, Nerón, Darío de Persia, o cualquier personaje de la antigüedad que se nos ha dicho en las escuelas que fueron tiranos.
Alegoría de la demagogia
Tampoco es necesario que una tiranía sea algo propio de las monarquías, autocracias y totalitarismos. Las democracias que dicen ser el antídoto para evitar justamente las tiranías, no hacen la excepción. Allí también el hombre se las rebusca para prolongar sus ambiciones de poder y abuso. ¿Cómo? Cuando se tuerce la Ley, se diluye la separación de Poderes para concentrarse en el capricho de una persona que generalmente es el Jefe de Estado, cuando los corruptos no son investigados ni enjuiciados, se encadena a funcionarios y magistrados al apetito de una sola voluntad, y tristemente cuando se borra a la Constitución que reglamenta y da forma al gobierno, para conservar a un mandón en el poder.
Entonces el interés público ya no tiene importancia. No existen las reglas, porque la ley solo son un montón de letras que nadie recuerda, ni le conviene recordar. Se atonta a la sociedad con pan y circo de modo que si hay algún atento o despabilado no pueda ver las orgías políticas de los magistrados que saquean los bienes de la Republica para abultar sus propios bolsillos.
Las facultades extraordinarias pasan a ser legales, que no por ello dejan de ser ilegítimas y un claro atropello hacia la salud democrática. Se gobierna de acuerdo a los decretos o al Congreso Legislativo que pasa a ser una escribanía del Ejecutivo.
Los abusos de la democracia pueden ser de diversas vertientes tantos como los medios se empleen. Así tenemos los populismos que no son más que la excitación de la demagogia y el adormecimiento de las masas bajo la doctrina del pan y circo. Porque creyendo estas que se las ampara, se las engorda como ganado. Y así como los animales obedecen al que les da de comer por más que su amo los maltrate, así las masas acatan las directivas de sus jefes porque éstos únicamente los utilicen como pedestal de sus fetiches.
Podemos citar a aquellas democracias de carácter oligárquico donde el poder se reparte entre los sectores de mayor adquisición económica. Y la dirección del Estado les da los medios cómodamente suficientes para acrecentar sus riquezas a costa del empobrecimiento general del país.
Además están aquellos de carácter autoritario donde la ley es el antojo de quien ostenta el mayor cargo en la dirección de la República. Nada se hace, nada es lícito si no es acorde a la voluntad del Jefe de Estado. No se respeta la separación de poder  porque no la hay, pues los magistrados son sus sumisos vasallos; sean senadores, ministros, diputados o jueces.
Sin embargo, están la combinación de estas tres degeneraciones de la democracia. Como diría el usual vocablo criollo “un poquito de todo”.
Así el gobierno de Chávez en Venezuela o el de Cristina Kirchner en Argentina son astutamente un conglomerado de la más putrefacta democracia. Instalando en la sociedad implementos mecánicos a través de la propaganda demagógica, el despilfarro del erario público para engordar a las masas ignorantes, el reclutamiento de mercenarios y adulones que hagan defender el Gobierno contra aquellos osados que se atrevan a criticar sus abusos. La fiera embestida contra aquel que piense distinto. Los casos de corrupción que permanecen impunes, y el culto bobo hacia la figura del régimen unitario y presidencialista que prevalecen en los dos países que citamos de Sudamérica.
Ambas Republicas se van sujetando a pesadas cadenas. Ambas Republicas van dejando de ser Republicas para ser trono y cetro de los desenfrenados Jefes de Estado.

V-Conclusión.

Siento que todo lo que traté aquí es insuficiente. Hay más por decir, más por analizar y más por escribir. Sin embargo, la idea de este ensayo es no ser aburrido porque si no ¿quién lo leerá? Pero tampoco es su propósito carecer de argumentos pues entonces seré un charlatán.
Alberdi. Un gran defensor de la Democracia.
Me introduje en un tema demasiado basto para mis conocimientos. No obstante, a medida que lo fui trazando con grandes cuestionamientos me di cuenta de algo que hasta el momento no había tomado como parte de mis convicciones. La democracia es un mal sistema de gobierno, y lejos de ser esa utopía tonta que hoy los demagogos nos intentan vender y de la cual se llenan la boca hablando, está llena de abusos, corrupción y claro está el empobrecimiento y ruina de los país. Solo basta engañar a la sociedad, y la urna dará su veredicto. No es algo difícil de ver. La democracia es entre tantas cosas, el lindo maquillaje con que se empopan la cara aquellos lobos de los hombres como dijo Hobbes. La clase política. ¡Si hay alguno bueno que de un paso al frente!
Es un mal sistema si. Pero es el mejor de los que puede haber.
Allí por lo menos no se recortan las libertades individuales, todos –aunque  no se cumpla- somos iguales ante la Ley. Cada uno puede pensar diferente, escribir diferente sin necesidad de ser perseguido o ajusticiado. Los ciudadanos optan por sus representantes, mas allá de que ni los conozcan, ni los representen. Pero elijen.
La democracia da lugar a manifestarse ante una situación de descontento. A escoger que diario leer o que programa informativo mirar. A planificar su casa y trabajo sin que el Gobierno, como en el caso del comunismo, le diga hasta que dimensiones puede construir su hogar y que oficio tiene que ejercer.
Los derechos del hombre tienen mayor asiento. A pesar de que se los manipula con fines grotescos y separatistas.
Pregona la distribución del ingreso para conseguir cierta armonía económica entra las clases. Aunque todo ese caudal de dinero sea para aquellos que se enfiestan a costa de la función pública.
Es el mejor sistema bien dije, pero no es bueno. Lo que aquí falla, lo que descompone a la democracia no es su esencia misma que en la teoría es una de las más nobles y justas. Lo que degradada aquellas metas es el mismo hombre en sus ansias de abuso y dominio. Por ende, no es aconsejable mudar la democracia por otro sistema en donde el exceso de poder se ejercería atropelladamente de una manera asquerosa, impune, arbitraria y permanente. Lo que debe cambiar es el hombre. El único y claro germen que todo contamina y echa a perder las cosas. ¿Cambiará el hombre? No lo sé. Pero pueden mudar sus vicios por virtud. Todavía hay hombres justos y honrados. Hay que guardar las esperanzas, lejanas o imposibles, de que algunos de ellos algún día, puedan desde un gobierno trabajar por la prosperidad del país.
Es provechoso defender la democracia. Tanto contra la quieren extinguir, como contra quienes se la apropian como posesión personal. Todo aquel sujeto que sus acciones políticas den el claro indicio de “¡La democracia soy yo!” expone la contaminada ambición que hacen enfermar a la salud democrática. 
Para terminar esta parte quiero añadir una profunda frase que, para quienes la contemplan, encierra la integridad esencial de la democracia. 
"Como no sería esclavo, tampoco sería amo. Esto expresa mi idea de democracia" Abraham Lincoln.
"La democracia es la libertad constituida en gobierno, pues el verdadero gobierno no es mas ni menos que la libertad organizada" Juan B. Alberdi.
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EL CAÑON o Principios de la Política; 3ra publicación. La Guardia del Sur.

domingo, 1 de enero de 2012

Del Pueblo



I-Del Pueblo, su definición y formación.
He visto últimamente, tras el rotundo triunfo en las elecciones presidenciales de la re-electa Presidente de la República, la señora Cristina Fernández de Kirchner, el uso común de la palabra "pueblo" y la bruta manipulación como argumento en los debates del porcentaje que la embistió una vez más en la más alta magistratura del país. La presidencia.
Claro que para entender esta cuestión basta razonar y mirar quien es el personaje, o los personajes, que estimulan y dicen esto que expongo. Evidentemente, si se trata de un sequito de adulones que gustan aplaudir, más por conveniencia que por convicción, a su Jefa de Estado en actos públicos y cambiar de discusión ante un interrogatorio sobre las expuestas falencias de las políticas del actual gobierno, no debe sorprendernos esto. No obstante, tanto uso de la palabra "pueblo" y de si este se equivoca o no, me trae a la reflexión, cuando no al trabajo, de contestar esta sencilla duda.
Para empezar, habría que definir que es el pueblo.
Mucho he reflexionado al respecto, y más me he cuestionado sobre esa palabra dulce, embriagante, que tantos personajes históricos dijeron defender y proteger. O cuantas atrocidades y revueltas se han producido argumentando la voluntad y protección justamente, del pueblo.
Esa palabra romántica, rígida, indestructible y sana. "El pueblo jamás será vencido" se ha vociferado más de una vez. Y dos veces más se lo ha visto bajo un yugo aplastante. Cuando no en inentendibles guerras civiles empujadas por un puñado de ambiciosos.
Entonces sin ir más lejos se  visualiza la toma de la Bastilla, Paris humeante, y la ejecución de su monarca por parte de un montón de individuos hambrientos y rugientes. Al poco se ve un gobierno nuevo y diferente que nada ha solucionado a ese pueblo que supuestamente derribó la monarquía y es acosado por el hambre, la guillotina y las invasiones de las potencias extranjeras. Llega un nuevo hombre que exclama.
-"¡Se terminó la novela de la revolución!"
No muchos años después todo fracasó.
Cierta simetría guarda la llamada revolución bolchevique contra el régimen zarista. Ese pueblo armado que se enfrentó al Ejército Imperial, luego a sus enemigos internos, poco después sufre una opresión similar con la pérdida de su libertad y la instauración de un nuevo modelo de gobierno que en su teoría abogaba por los menos pudientes.
La caída del muro de Berlín desnudó otro fracaso.
A unos cuantos kilómetros de Berlín, un hombre abarrotaba plazas, enardecía las multitudes, y hasta influía en cada hombre de Estado de otros gobiernos. Surge una nueva ideología que alucinaba a casi todo el mundo entero. El fascismo y el Duce.
Arrastrado por los partisanos por las calles italianas, fue colgado como un fiambre mientras aquellas muchedumbres que tanto lo vivaron, lo escupían y maldecían.
La muchedumbre en la plaza en 1945
Situándonos un poco en la Argentina apreciamos la histórica plaza de Mayo un 17 de Octubre de 1945, llena, repleta, vibrante. Las fotografías de individuos acalorados con los pies en las fuentes de agua, exigiendo la liberación de su "coronel".
Años más tarde, 1955, nuevamente se colma pero por gente que festejaba la caída de aquel que se reclamaba un 17 de Octubre. La llamada otra plaza.
Estos ejemplos que expuse brevemente son quizás el escollo con que tropiezan mis reflexiones acerca del concepto de pueblo. Pues, en este último caso veo dos plazas llenas pero bajo consignas opuestas. ¿Y el pueblo? ¿Son acaso los hombres de bajo recursos, las llamadas masas que tristemente la historia nos ilustra como gente manipulada por gobernantes y políticos, como si fuera un rebaño en busca de su pastor? Entonces de ser así, un pueblo no piensa por si mismo, y la masa - como se llama al común mayoritario generalmente de linaje obrero y campesino- es algo que no tiene forma, ni solidez. Como en la mano de un panadero se amolda a su antojo, así la aparición de un líder la acomoda a su capricho e interés.
¿O es el pueblo aquel común de sujetos más pudientes, con estudios, formación, etc.; que su realidad socio económica le permite - generalmente- pensar y ver la realidad con un poco más de agudeza? Mientras el primer caso lucha por no padecer el hambre, el segundo se preocupa por mudar de automóvil o viajar en sus vacaciones.
Tropiezo aquí con la llamada lucha de clases. Un concepto muy clarificado en el Manifiesto.
 Una sociedad, el conjunto de habitantes que la desigualdad económica y social los enfrenta unos con otros. Generando muchas veces odios, envidias, discordias, rechazo.
Desde la perspectiva marxista, el pueblo es aquella masa asalariada, obrera, explotada por la burguesía, y que para su liberación y prosperidad debe eliminarla [a la burguesía] mediante la lucha armada, e instaurar la que denominan dictadura del proletariado.
Es a mí entender un concepto erróneo, parcial y separatista. Peligroso y trágico para el porvenir de ese pueblo. El ya uso del vocablo dictadura [del proletariado] es sin duda alguna el germen de una opresión. Encontramos su fracaso en la misma URSS y su expresión aberrante en la mano de hierro de Stalin.
Robespierre también alucia la denominación de pueblo al linaje pobre. Sin embargo, el mismo se encargó de exterminar a aquellos hombres de su pueblo que no pensaran como el.
Alegoria de Stalin y el Pueblo
¿Qué podemos deducir de estos ejemplos?
Que el pueblo no es a mi entender, una porción sea mayoritario o no, del total de habitantes de un país. Ni los más pobres, ni las clases medias, ni las más ostentosas son el pueblo en sí. Creo y considero que la suma de estas tres divisiones son el pueblo.
Entonces ¿el pueblo son los habitantes de un país?
De un razonamiento ordinario, es decir simplista, es válido utilizar la palabra pueblo para referirnos a los habitantes de un país. De ahí que el pueblo argentino, el pueblo uruguayo o el pueblo chileno.
Empero, esta denominación sigue careciendo de profundidad y no le da un sentido magnánimo si no accidental.
El Nacional socialismo entiende como pueblo a la suma de los sectores sociales. De modo que para abolir esta lucha constante de clases es imprescindible generar un estado de armonía donde nadie sea explotador, ni explotado. Prevalecen las clases bajo un equilibrio socio económico.
Se fomenta fuertemente la industria y se logra reunir a la diversidad de clases bajo la bandera paternalista de un único líder, o gobernante mesiánico.
El Estado, ubicándose por sobre el Pueblo, no sirve a el mismo, si no a si mismo. Entonces aparece un nuevo actor que se encarga de oprimir, reprimir y acortar las libertades civiles y sociales. Aquel actor es el líder totalitario del régimen. Hitler fue en el caso y ocaso de Alemania. Considero que el lector reflexione por si solo sobre como finalizó esta tragedia.
Esta doctrina demuestra su debilidad, al igual que la comunista, en el momento que el Estado personificado en un solo hombre recorta y dirige las libertades.
Siempre es peligroso, y cuando no ruinoso, aquel individuo, partido o facción que se adueña del Estado como el medio para perdurar en el poder. En mayor o menor tiempo terminará sepultado bajo los escombros de su fracaso, no habiendo antes arrastrado a "su pueblo" a semejante fin.
Las oligarquías y el ejército como un medio de fuerza y poder corren la misma suerte que enuncié anteriormente.
Ahora bien ¿si el pueblo es como dijimos, los habitantes de un país, que cosa es lo que le da sentido a si mismo?
Primeramente la identidad.
El hecho de ya haber nacido bajo un límite de fronteras, es decir un país, obedecer un común de leyes y autoridades, y diferenciarse del resto bajo una Bandera, símbolos patrios y la historia en común de la constitución de su país como tal.
Maritain exponía al respecto: "(...) diré que el concepto moderno de pueblo tiene una larga historia y arranca de una singular diversidad de significados que se han fundido entre sí. (...) baste decir que pueblo es la multitud de personas que, unidas bajo leyes justas, por la mutua amistad, y para el bien común de sus humanas existencias, constituyen una sociedad política o un cuerpo político"
Comparto la esencia de la definición de este interesante filósofo. No obstante, aún creo que sigo siendo parcial. Profundicemos un poco más.
Tomando la definición arriba citada vemos como carece de solidez o al menos empieza a descascarse ante un cuestionamiento hoy común sobre todo en Europa.
Un brillante profesor que tuve durante el secundario me escribió una vez:
 "Hay algunos conceptos como el de patria y patriotismo que están en crisis, lo mismo ocurre con los de nación y raza. ¿Qué quiere decir que están en crisis? Que empiezan a ser considerados caducos por la dificultad de aplicación de los mismos. Hoy los países, las naciones y las etnias son estructuras "borrosas", es decir, fenómenos que no son tan fáciles de definir o circunscribir como solía ser. Principalmente, porque se descubrió que muchas de esas cuestiones son invenciones que en un momento fueron útiles y ya tal vez no. Tengo un amigo que es hijo de un griego que nació en Georgia del Cáucaso, su madre es húngara, él nació en República Checa y vive en Eslovaquia. Cuando le pregunta acerca de su patria o de su nacionalidad él dice sin ironía: europeo."
Esta clara opinión trae mayores complicaciones en mi búsqueda de concepto de pueblo. Si bien el no habla propiamente de pueblo, si no de patria, nación, etnia, etc., la esencia de su mensaje es perfectamente aplicable al concepto de pueblo de Maritain o lo que yo expuse.
Bien se que esta empresa a la que me he volcado es como el cuento del hombre que tiraba piedras a la luna. Su padre le pregunta que intentaba hacer, pues era imposible voltear semejante cosa. El dice que sabía eso, pero que al fin y al cabo obtendría una gran puntería y fuerza, sin haber podido derribar a la luna.
Algo de esto es lo que me propongo. Poder acercar al lector una opinión sólida, argumentada si se quiere, de modo que pueda contribuir a pensar. No es poca cosa.
Para que halla un pueblo debe haber identidad. Alguien pude refutarme en que me asemejo yo del joven del Noroeste, o de la Mesopotamia, o de la Patagonia.
No solo me diferencia de él cierta cultura, gustos, modo de pensar, tradición, costumbres y rutina, y hasta el color de piel puede ser. Sin embargo ambos entonamos el mismo himno, saludamos a la misma Bandera y obviamente obedecemos a unas mismas leyes y autoridades.
Pero más aún para que halla un pueblo debe haber unidad. Es decir un equilibrio armónico entre los intereses de los diversos sectores sociales. Hecho que se diluye en la puja desenfrenada de clases, abonadas por el ritmo económico del mundo de hoy, y sementadas por los gobernantes oportunistas que aplican la máxima de Cayo Julio. "Divide y vencerás".
Un país cuenta, obviamente, con habitantes. Pero esos habitantes no siempre constituyen un pueblo.
Entonces ¿de que modo y quién debe garantizar la unidad para fundar un pueblo?
En lo que respecta a la primera pregunta veo como un medio factible para ello, agrupar a esos habitantes bajo la Bandera patria. Exaltar el patriotismo, que se traduce como el amor al país al cual se pertenece. Y defino el amor como querer el bien para el otro.
Dista mucho, enormemente, de los principios fanáticos del nacionalismo que tanto daño, odio y ruina han causado y causan. Las doctrinas nacionalistas con su emergente líder mesiánico constituyen un trágico porvenir para el país y su gente. Diversos sucesos históricos nos ilustran al respecto sobre este peligro. De más esta describirlos.
El patriotismo reposa sobre el bien común, contemplando siempre la justicia.
Da al pueblo en su gestación - si así se quiere denominar- lo que le corresponde y necesita, y no despilfarra fuerzas en caprichos ni celos.
Los medios que fomentan el patriotismo son difíciles de enunciar. Pues entiendo al patriotismo como una virtud. Por ende, es algo complejo trazar una respuesta concreta, aunque sí podemos arrimar una aproximación a ella.
El patriotismo, desde la perspectiva fundacional para un pueblo, necesita de un fuerte suceso para allanar su camino de formación. Así las crisis de diversa índole, la guerra -tristemente-, o algún hecho inesperado como las catástrofes que logran cierta unidad nacional son el surco para echar las semillas.
Un buen gobierno, interesado en la protección económica, la educación, la importancia de la historia como elemento de la identidad nacional colectiva, el trabajo digno, el respeto de la Ley para no degenerar en vicio, la propaganda, echan sin duda alguna las semillas para ese lento proceso que es la constitución de los habitantes como pueblo. Quiero resaltar algo, sin educación no hay pueblo.
La desigualdad profunda, la discordia, la ignorancia general, la lucha de clases, la corrupción, la injusticia y la burla de la ley son la cizaña que ahogan todo esfuerzo y cimentan la división. Basta con ver la sociedad actual para encontrar allí sus más claros ejemplos. La doctrina de las trincheras.
Muerte de Mussolini. El fin de los líderes mesiánicos.
En lo concerniente a la segunda pregunta me veo en la insatisfacción de no poder responderla. Bien dije que no creo, ni son buenos los líderes mesiánicos. Al fin y al cabo, se corrompen, busca incansablemente bajo cualquier medio la perpetuación del poder, cometen crímenes, y poniendo siempre su vista sobre sí mismos se olvidan de sus gobernados. Siempre estos personajes terminan destronados de una forma desastrosa.
Y si dijera que la fundación de un pueblo depende de un hombre o gobierno, entonces claramente el pueblo no piensa por si mismo, ni elije por sí mismo más que sus representantes en las elecciones -que no los representan- y resulta un tropel que se tambalea, como ganado cansado en busca de otros campos.
Es muy importante el accionar de un Gobierno para la formación de un pueblo. Casi diría que corresponde al eslabón o pilar fundamental. Razón que argumento sobre la enorme disponibilidad de medios y recursos que otorga el poder y la dirección del Estado. Pero no es el elemento único ni absoluto. A ello se suman una diversidad de actores, sucesos y procesos simultáneos difíciles de enunciar y pronosticar con certeza. Es así que me veo en la insatisfacción de responder únicamente esto, querer extender más la presente reflexión sería caer en un ridículo y un embrollo que sobrepasan mis conocimientos.
En síntesis, diríamos que un pueblo son el conjunto de habitantes del país con un fuerte sentido de pertenecía a él, unidos bajo la Bandera patria -con todo lo que ello significa- y que empuja, al menos en su mayoría, hacia la misma finalidad. Que debe ser el bien general de todos ellos. No el privilegio de algunos sectores y el descuido de otros.

II- De si el Pueblo se equivoca.

Retomando el inicio de nuestro escrito vamos a resolver la siguiente cuestión. De si el pueblo se equivoca, y que es la voluntad del pueblo o voluntad general.
El mayor respaldo que cuenta un gobierno hoy -además de los negocios oscuros que tejen entre empresariado, industriales, sindicatos, mafias, etc.- es el porcentaje que obtienen tras una elección. Este índice da aprobación o no a las políticas hasta el momento aplicadas. Por ende, ya engordados con estos números, los gobernantes con sus séquitos acuden a un manoseo asqueroso acerca de su aprobación y entonces prosiguen con sus andanzas.
Esto que expongo es muy evidente en el gobierno actual. Al ser reelecto el auto denominado "proyecto nacional y popular", se ve a funcionarios haciendo alarde de ello una y otra vez. Por ende hablan del pueblo, de la mayoría y que se yo cuantos disparates mas. Poco después, casi de una forma jamás vista, el Congreso con su mayoría oficialista aprueba con la celeridad de un rayo, ciertas leyes inentendibles y peligrosas. Cuando a lo largo del año apenas se acordaron de sus funciones y que debían ir a trabajar...
Que el lector saque sus conclusiones.
Aquellos que endiosan y le dan un carácter divino al "pueblo" y que éste siempre es recto, no hacen más que mentir, y cuando no engañarse a si mismos. La realidad tira abajo aquella farsa.
¿El pueblo se equivoca?
La respuesta a la pregunta se contestaría por si misma. Habría que preguntarse ¿el hombre se equivoca? Prosigamos. ¿Sin un hombre que medianamente sabe lo que quiere se equivoca en sus decisiones, como no se van a equivocar millones de hombres con intereses y posturas distintas?
Dos veces fue elegido Carlos Menem como Presidente de la Nación. El país, mientras la sociedad se divertía con la convertibilidad y vivía no un presente próspero, si no una fiesta borrachera con sus consecuencias al final, se iba destruyendo con políticas neo liberales  y las privatizaciones.
Hasta el día de hoy se pagan esas consecuencias con el crecimiento de la deuda, millones de hectáreas vendidas a personajes y corporaciones extranjeras, el empobrecimiento del país, escases de trabajo, expansión de asentamientos y villas, etc.
Hoy Carlos Menem representa en la conciencia común de la sociedad un ícono de la corrupción y despilfarro. Sin embargo, dicho bribón hoy ostenta un cargo en el Senado y ha burlado todas las acusaciones legales que se le imputaron. ¿El Pueblo se equivoca?
Una plaza abarrotada de gente, pancartas, y vivas como jamás se ha visto, se auto convocó un 2 de Abril. Semanas después mientras las fuerzas argentinas intentaban resistir valientemente ante el avance del invasor inglés, el pueblo parecía no tomar conciencia del estado de guerra.
Un 14 de Junio, tras la rendición, se vio otra plaza con otras consignas. ¿El Pueblo no se equivoca?
Galtieri saludando en la Plaza
El proceso militar que tanta ingratitud y criminalidad causaron al país, celebraba junto con el "Pueblo" la conquista del primer campeonato mundial de Futbol. Era el año 1978. ¿El pueblo no se equivoca? Atrás quedaron la disconformidad y el fuerte descontento. Pan y circo son siempre buenos analgésicos.
Basta ver las elecciones presidenciales a lo largo de la historia con el fracaso de modelos y gobernantes para responder nuestra pregunta.
El Pueblo se equivoca, y más aún se lo engaña y endulza.
De esta manera evidente, clara e irrefutable se desmorona la idea roussiana de que el Pueblo siempre tiene razón y su interés mira constantemente la utilidad pública. Esta noción no es más que un pintoresco ideal irrealizable del Contrato Social.
Ahora bien prosigamos a nuestra segunda cuestión sobre que es la voluntad general.
Se deduce simplemente que es la suma de voluntades particulares hacia cierto objeto o cuestión. Donde surge el efecto mayoritario, que no siempre es recto y justo. Una vez más el buen Rousseau se equivoca. Dado que es la expresión de un sector mayoritario o el consenso accidental de dos o más de ellos, que teniendo como único principio el propio interés, poco importa aquel sector que fue desplazada al ser minoría. Así las sociedades varían con gobiernos conservadores, socialistas o más radicales. Ver en Europa la dirección de un Estado por manos comunistas es de seguro algo irrealizable y novelesco en los tiempos de hoy. Quizás en unas cuentas décadas sea una realidad. Todo es cuestión de procesos.
La gran máxima de que "el órgano más sensible del hombre es el bolsillo" y a ello se le agrega el fenómeno consumista e individualista de los tiempos de hoy, podemos llegar a una conclusión parcial de que la voluntad general muchas veces se aleja del bien común. Entonces poco importa la inseguridad social, la educación, la industria y el comercio, el campo, la injusticia, la expansión de la pobreza, si no el presente económico que garantice un gobierno que se excusa o ignora las problemáticas citadas y venideras como consecuencia de la imprevisión económica a futuro. Todo es proporcional a que sector  sea mayoritario y las estratagemas políticas para poder persuadir a un electorado o la sociedad en general.
La voluntad general mirará con mayor atención al bien común cuando haya un Pueblo que la exprese. Y no fragmentos de él dispersos por la desigualdad y la confrontación de intereses. Si se piensa en el país por sobre el celoso bienestar individual, quizás el bien común florezca como aquel ideal que tanto exige la justicia y el provenir de la Patria. 
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EL CAÑON o Principios de la Política. 2da Publicación. la Guardia del Sur.