"Mas los bravos que unidos juraron, su feliz libertad sostener; a esos tigres sedientos de sangre, fuertes pechos sabrán oponer"

lunes, 20 de junio de 2011

El Hijo de la Revolución.


“Mucho me falta para ser un verdadero padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella” Manuel Belgrano

¿Cómo empezar a escribir sobre la vida de este hombre? ¿Cómo describirlo con exactitud; contemplar sus virtudes en su más general expresión: su propia vida? ¿Cómo no encolerizarse al ver tantos ingratos individuos que ostentan el afecto y el culto de casi todo un país, perdiendo de vista y olvidando a este sujeto de la Revolución que pasa casi al anonimato, arrastrado por amorfas e insípidas modas de la cultura?
Belgrano fue el argentino por excelencia. El más puro, más entregado, el más humilde y brillante. El que desde un escritorio pensó el país. Y pues, cuando las campanas tocaban y agitaban los aires para grandes cambios él estuvo allí, gestando ese cambio. Una brusca transformación que impulsada por los nervios de grandes corazones tenía la finalidad de construir un país diferente. Ajeno a pesadas cadenas. Distinto al despotismo imperante en la Europa y el resto del globo. Una tierra donde cada uno sea digno de cosechar lo que siembra, en el que ningún mandón le arrebate lo que le pertenece: la libertad. No obstante, pronto se convenció de que las utopías y las ideas románticas quedan impresas en los libros. La realidad de aquel presente era incompatible con aquellas ilusorias aspiraciones.
El clarín llamó. Era preciso conquistar a un alto precio esa libertad. Carente de experiencia militar y de conocimientos necesarios en lo que es la guerra, forjó con su indomable voluntad y celo las condiciones necesarias para guiar a sus hombres a la victoria en el campo de Marte. “No es lo mismo vestir el uniforme militar que serlo” expresó varias veces en sus correspondencias. Pese a ello demostró notables capacidades por sobre muchos que habían sido instruidos en los modernos ejércitos del viejo mundo.
¿Qué emanaba este hombre para persuadir a su tropa de que el acero y el cañón enemigo son un mero obstáculo hacia el anhelo de la Revolución? Patriotismo.
Aquella magna virtud fue la que reconstruyó un Ejército aniquilado en las pampas de Huaqui. Lo organizó, lo abasteció y lo dotó de espíritu bélico capaz de batirse sin dubitaciones ante el enemigo. Les enseñó que su lucha sería el premio que ofrendarían a la posteridad por un país independiente. Y en un trozo de tela, plasmó la definición de esa enseñanza.  Que dio a conocer por segunda vez a los habitantes de Jujuy en el segundo aniversario de la Revolución. La bandera que los distinguía ahora de las demás naciones, empezaba a grabarse indeleblemente en muchos corazones.
Su talento en las negociaciones y comprensiones del pueblo atrajo para la causa la simpatía que una vez se perdió, de los habitantes del Norte y el Alto. Fieles sostenedores del esfuerzo de aquél General donaron todas sus pertenencias con el fin de abastecer y colaborar a fundir de una vez esas pesadas cadenas. Como si la historia exigiera  un hecho épico y memorable, toda la población de Jujuy y sus cercanías se plegó junto con él a un éxodo. Aplicando así la arriesgosa  táctica de la tierra arrasada.
Desde Buenos Aires se le envían directivas ordenando el repliegue de sus fuerzas hacia Córdoba dejando a las poblaciones del Norte al libre antojo de las tropas enemigas. Su prudencia siempre sometida al recto juicio le hiso comprender que directivas acatar, y que no era conveniente para la marcha de la gesta de Mayo. Si ejecutaba las órdenes insistentes de retirarse sin presentar batalla iba a mostrar total contradicción entre el valor que pregonaba y la actitud cobarde que iba a llevar a cabo. ¿Cómo no dar la vida por aquellos hombres, mujeres y pequeños que vivaron a cara descubierta la Bandera celeste y blanca en esa celebración del segundo aniversario del 25 de Mayo? Entendía que sus fuerzas no podían oponerse victoriosas a las numerosas hordas del enemigo que bajan desde el  Alto Perú ebrias de nuevas victorias y con decidida ansiedad de aplastar a la propia Buenos Aires. De escarmentar uno por uno a los rebeldes y osados aventureros; los herejes, los traidores del Rey y la Santa Religión como habitualmente se los descalificaba.
Pero no podía ni debía permitirse más vacilaciones, ni medidas tímidas que enfriaran el nervio revolucionario. Como Leónidas I de Esparta, fue a pelear con lo que contaba. Cumpliendo así la máxima de todo combatiente de “Matar o morir”.


Batalla de Tucumán, 24 Septiembre 1812
Su talento y el fervor con que revistió a su tropa bastó, y mucho, para doblegar fieramente al confiado Ejército del Rey en Tucumán que, huyendo desorganizado hasta Salta volvió a ser vencido, y ahora de una manera jamás vista en toda América: Belgrano a través de unas maniobras por los cerros salteños consiguió desestabilizar al enemigo y una vez atacado al mismo, capturó desde su arrogante jefe, el general Tristán, hasta el último soldado.
Batalla de Salta, 20 de Febrero de 1813
Ahora se encontraba con casi tres mil hombres como prisioneros de guerra. ¿Qué hacer al respecto? No pocos de sus oficiales le encomendaron la ejecución de los mismos. Pero él, que soñaba con la paz pese a vestir un uniforme de armas, y que amaba la dignidad humana, concedió al enemigo volver a sus casas bajo la promesa juramentada de no volver a levantarse contra la causa de la Revolución. “Dígale a su general que mi corazón se desgarra al ver derramada tanta sangre americana” le dice Belgrano a un subordinado de Tristán al pedir la capitulación. Su espíritu humilde y contrario a premios ni distinciones mundanas, lo lleva a abrazar a su rival, el jefe enemigo, cuando éste cumpliendo con la tradición de guerra le entrega su espada de mando en señal de rendición que Belgrano le rechaza.
Tal es así que manda a enterrar a todos los caídos de ambos bandos en una fosa común, grabando en ella la inscripción “A los vencedores y vencidos”.
¿Qué hombre luego de coronar su frente con laureles de célebre victoria ha tenido tan grande gesto? ¿Qué figura conocida de la historia ha procedido así? Ninguno. Es esta la razón de porque este General, quizás ausente de pericia militar y demasiado lejos en cuanto al arte de la guerra de un Escipión, Bonaparte, Alejandro, y más cercano quizás San Martín, lo ubica en los escalafones más altos de honor y rectitud de los comandantes en jefe de toda la historia.
Después de Salta, los resultados en la batalla le son adversos. En Vilcapugio, primero; en Ayohuma después. “No importa aún flamea en mis manos la Bandera de la Patria” les dice a sus hombres luego de la adversidad sufrida.
Estaba firmemente decidido a proseguir con aquella justa aspiración de un nuevo país. Ahora portando vestimentas civiles, se involucra en los intensos debates que tenían por finalidad declarar la independencia de España y cualquier potencia del mundo, y por consiguiente organizar el Estado y su respectiva administración con la sanción de una Carta Magna. Entonces, se originan las guerras entre las diversas facciones por el poder y constitución de las Provincias Unidas. Belgrano no toma parte, y se dedica a persuadir de que aquellos crueles enfrentamientos entre hermanos iban a generar una anarquía que haría sucumbir los ideales de Mayo. Y así sucedió.
Este ilustre hombre, no dejó jamás de proclamar a la educación como la base de la riqueza social “de donde provienen ya los males y vicios de la sociedad”. Desde su cargo en el Real Consulado impulsó dicha industria de la virtud y creó las Escuelas de Comercio, Náutica y la academia de geometría y dibujo.  Tras doblegar a los realistas en las batallas del Norte el Gobierno le otorga una suma de dinero de 40.000 pesos fuertes (80kg de oro) para que Don Manuel lo gaste a sus antojos. No obstante, renuncia a dicho premio mostrando así que el bien no tiene que ser premiado puesto ques es lo que se debe hacer; aún más para un hombre público que dice servir a la Patria, y no servirse de ella. Propuso a las autoridades destinarlos a la construcción de establecimientos educativos. Mientras proseguía en sus ocupaciones de comandante en jefe del Ejército, dedicó tiempo para redactar el estatuto y normas para dichas escuelas. No obstante, ni el dinero, ni las escuelas aparecieron.  Una vez más tomaban ventaja los “partidarios de sí mismos” como los calificaba el ilustre General.
Pudiendo ser rico, muy rico, y proseguir con los negocios de su padre o quizás, ser un hombre vulgar más ajeno a la Revolución. Un oportunista – como tantos que hubo- que en la cima de la causa de Mayo (los triunfos de Suipacha, Tucumán, Salta, Montevideo, etc.) se proclamaban adeptos a esos ideales y pues, cuando la suerte era adversa mudaban de partido por ver peligrar sus intereses en una revolución agonizante.  “La Patria necesita de grandes sacrificios” señalaba siempre, y ésta máxima no quedo en un épico relato u oración romántica. La pregonó y demostró con su vida. Renunció  por propia convicción a ser un padre de familia teniendo hijos, de amar a la mujer;  y de ver crecer su descendencia. Sus hijos no lo conocieron. El pues, estaba combatiendo en el frente o en misiones diplomáticas por el viejo mundo. Construyendo a grandes esfuerzos el país que soñaba dejar al porvenir.
Belgrano antes de morir
La enfermedad lo ajustició toda su vida. Mayor aún en los tiempos de la Independencia. Aquellas pestes que amordazan su salud fueron de seguro otro insuperable obstáculo que, su voluntad sobrehumana logró vadear. Y prosiguió, hasta su deceso, en aras de la Libertad, de la Independencia, del porvenir. Hasta que un 20 de Junio de 1820, en medio de guerras intestinas, perdido el deseo inicial que motivó a la Revolución de Mayo; donde ya la corrupción gobernaba los corazones de los americanos y se combatían por dinero, poder, autoridad y todo ese montículo de lujos que Belgrano despreció y aborreció incansablemente, éste ilustre y héroe de la Patria, que así mismo se hiso llamar hijo de ella, moría abatido por la desgracia, la enfermedad y en la más absoluta pobreza. Cerró sus ojos, sus pulmones cesaron de funcionar; y ese corazón noble cual su médico personal dijo que era más grande que el de un hombre común, dejó de latir. Así tristemente apagó su vida Don Manuel Belgrano, el hombre honesto, culto; el educador, el General del Ejército del Norte; el Jefe de la Expedición al Paraguay; el vencedor de Campichuelo, Tucumán, las Piedras y Salta; el genio del éxodo; el justo, el correcto, el estadista, el individuo de aspiraciones, el abogado, el periodista, el revolucionario; el hombre. El héroe por excelencia de este país.
Dicen que en aquellos días de agonía en la soledad de su cuarto murmuró ¡Ay Patria mía! Aquél suspiro de dolor, de desencanto y mayor de desgarrante desilusión, dejan a todas las generaciones venideras y mayor aún a la presente, la responsabilidad de dar con aquello por lo que  él pensó, peleó y murió: un país feliz. Esa garganta que vivó la Patria, proclamó la libertad y se precipitó contra los enemigos de los desdichados, otorga a cada joven, adulto, a cada argentino el deber de darse a su país. Esto no se traduce a andar haciendo revoluciones, ni emborracharse de meras y tontas ideas; no se expresan en la portación de pomposos uniformes, ni de medallas o condecoraciones; ni de aplausos, ni de éxitos, ni nada mundano propio de piaras y adulones. Es sencillamente ser hombres de bien. Honestos, justos, decentes. Estoy firmemente persuadido que así, tal cual lo creyó el buen Belgrano, las desgracias de hoy vayan mutando en prosperidad de un mañana. Mañana que no tiene que ser lejano. Esa inflada esperanza con la que nos engañamos para no dejar abdicar las sanas aspiraciones, o el justo deseo de un porvenir grato. La revolución más eficaz y durable es la que se realiza en el corazón del hombre. Cuando éste decide aborrecer el mal, y enaltecer el bien. El resto de los levantamientos y de las sediciones que la historia nos presenta han acabado con un régimen nefasto para traer otro de la misma clase, pero de nombre diferente. Tal cual escribió Moreno “…se muda de tiranos, sin haber destruido la tiranía…”
Don Manuel da con su vida la mayor obra, y póstumo legado de un ciudadano revestido de patriotismo.  Dejó una Bandera, como una forma de identidad común ante las grandes distancias de desigualdad que persisten. Esa enseña celeste y blanca, es la que hace abrazar al norteño, con el porteño; al del sur con el cuyano, o al de la Mesopotamia con el de la pampa húmeda. Al argentino, con el argentino.
Es preciso pues, contemplar ese Manto Solemne que en la punta de un mástil se confunde en el cielo. Revalorizar el alto sentido de patriotismo; ya casi extinto en el corazón de la Nación. A causa de ello atribuyo todo el mal presente: El político se enriquece porque no ve más bandera que el dinero y su interés; el sindicalista sonríe ante algunas puertas que se le abren a cambio de traicionar sigilosamente a sus compañeros. El empresario piensa engordar sus bolsillos a costa del hambre de mucha gente. El maestro enseña con desgano y holgazanería; siendo quizás su objetivo llegar a fin de mes y no cultivar las mentes de sus alumnos. El trabajador va apagando la importancia de la cultura del trabajo ante el facilismo y el oportunismo. El joven no ve ejemplos, y entonces se encuentra desorientado, perdido y se siente vacío como persona; ya no será un hombre de bien, si no un salteador, un bribón, un tonto o pusilánime; quizás uno más del montón; de ese conglomerado amorfo e insípido que, como las medusas del mar, son arrastrados por las corrientes.
Todo degenera en un ciclo constante que va descomponiéndose, siendo cada vez más lejano la distancia entre miseria y prosperidad.
¡Ojalá mi generación no tenga que estar en su lecho suspirando, como el pobre Belgrano, ay Patria mía!


“Me hierve la sangre, al observar tantas dificultades, tantos obstáculos que se vencerían rápidamente si hubiese un poco de interés por la Patria”. Manuel Belgrano.


Mar del Plata, 21 de Junio del año 2011.
La Guardia del Sur.

domingo, 12 de junio de 2011

"EL GRITO SAGRADO, de la Revolución de Mayo hacia el ¿a dónde vamos?"

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Una mañana amanecía nublada. Las partículas de humedad de aquella vieja ciudad suspendidas en el aire, iban condensando en pequeñas gotas que mojaban de a poco la tierra de aquellas angostas calles. Hacían barro, y mucho. Dificultaban el paso de las carretas, de los comerciantes y ensuciaban las lustrosas botas de unos jóvenes inquietos.
Pero aquel día no era uno más de las constantes rutinas de ciudad. Pronto algo iba a acontecer. Ya se notaban los síntomas. Nada iba a ser igual. Todo iba a mutar, a cambiar rústicamente. Las ideas, las palabras, la prosa, las convicciones. Se improvisarán ejércitos, escuadras, cuanto brazo desee armarse. Las familias se distanciarán unas de otras. Se harán la guerra. Y habrá guerra. Aquél espectáculo que Marte mismo ansía animar se va a llevar el suspiro de unos cuantos para transformarlos en gritos. Grito de guerra y libertad. Sangre, fervor, traición, magnanimidad, heroísmo, corrupción. Todo en pos de una causa. Causa que gestará una Patria, que ensalzará el nombre de unos simples mortales a los escalafones de Aquiles y Alejandro. Causa que en definitiva será memorable, grandiosa, una épica epopeya. Los sables tajarán cuerpos, aire. El cañón rugirá y hará sus estragos. El genio, el cálculo, la estrategia, la hirviente sangre de un patriota, la garganta que no dejará de enunciar unísonamente, el grito sagrado.


Las tropas estaban formadas. La mirada altiva, serena. El pecho inflado de un pavoroso orgullo. Mientras una improvisada banda tocaba melódicas estrofas, los cañones hacían salvas de honor por aquel distinguido suceso. Una bandera bisoña, nueva, se pronunciaba al globo entero.
Un general que la pensó y la dio, iniciaba su proclama “¡Soldados de la Patria y hombres de mi mando!: el 25 de Mayo será por siempre memorable en  los anales de la historia…”
De esta forma grandiosa Belgrano enseñaba a su Ejército la causa, el porqué, y el sentido de la lucha que hace unos años estaban llevando con grandes esfuerzos. Plasmaba en un trozo de tela rectangular el color de aquella gesta que, bien decía iba a ser memorable.
Pero ¿de qué se trató realmente este hecho? ¿Qué causas lo originaron? ¿A qué se debe que hoy no se ha podido efectuar el auténtico ideal que inflamó los corazones de muchos hombres que anónimos o no, sucumbieron en el campo de batalla, en los río o mares; en escritorios, asambleas; por la traición, el engaño, la enfermedad? ¿Qué era pues, esa libertad que persiguieron o intentaron alcanzar?
Abandonando las tontas imágenes y figuras que a un individuo del país le pueden venir a la memoria tras ser mencionada la palabra “Revolución de Mayo”. Se proyectarán en ese vulgo inconsciente que es la triste memoria nacional o común, las siluetas de negritos y vendedores ambulantes con dichos pintorescos o aburridos, o las damas y criollos vestidos a la época. O aquellas cintitas que repartían por la plaza. Se dice: “el 25 de Mayo nació la Patria” ¿y que sentido guarda esto?
Hay que entender a la historia como un conjunto de procesos que producen un hecho concreto para luego devenir en suma, a otros vectores que tracen otra resultante para luego pasar a ser vector. Así es el ciclo de la historia, así al menos desde mi perspectiva, es la historia. Nada se origina sin un porque, o sin un síntoma o conglomerados de ellos . Todo pues, es paulatino y progresivo. A veces abrupto, pero gradual al fin.


Pensar que la Revolución de 1810 se lanzó a su pronunciamiento sin antes haber fermentado primero: en las desigualdades sociales y jurídicas que diferenciaban a los criollos de los peninsulares y el comercio en toda su expresión. Segundo: las ideas de varios teóricos liberales que se ejecutaron – muy dispar a la propia utopía- en los levantamientos franceses de 1789 contra la monarquía. Tercero: sin en el antecedente de la insurrección del alto Perú un 25 de Mayo, pero de 1809. Cuarto: sin la atmosfera que se respiró a partir de doblegar a los ingleses en 1806 y 1807. Quinto: sin un Moreno, un Belgrano, un Castelli que, fervientes idealistas se despegaron de un sueño adormecedor e imposible para llevarlo a la misma realidad. Así podría seguir enunciando un sinnúmero de causas y efectos que generaron el memorable hecho de nuestra Revolución. No obstante, muchos insulsos movidos por meras ideas románticas apartadas de las fricciones de la realidad y de las declinaciones miserables del hombre mismo pintan, o distorsionan, el año 1810 y todo lo que esto conlleva, como una acuarela perfecta y majestuosa. Donde todo era noble, bueno y épico. La entonan y cantan con la misma poesía con que Homero trazó su Ilíada.
Si se levanta un monumento a Saavedra y luego, se hace lo mismo a uno de Moreno es absoluta incoherencia. Rendir culto a Carlos de Alvear o Rivadavia es contradecir la conducta y el legado de un San Martín o Guemes. Los primeros se ocuparon de extinguir toda idea justa y digna que movilizaron a ambos guerreros a entregar su vida tanto en la guerra, como en la política. A uno le costó el exilio, y el deceso lejos del suelo por el que libertó. Al otro, nada menos que la vida.
Pero esto que expongo es parte de la historia contada. Dicha narración no atiende más que al gusto e interés de cada sujeto que la reseña. Muchos apoyándose en el oportunismo y lucro, otros en la insensatez o ignorancia.
Pero la naturaleza misma nos enseña desde su misterio que todo tiene un orden, y un equilibrio. Hay una verdad; yo pues, intento seguirla.
El levantamiento en Buenos Aires contra la autoridad virreinal no tuvo otro origen mas que el comercial. Ya contando con el terreno despejado de futuras opresiones o medidas drásticas aquellos que no podían enriquecerse caudalosamente como los monopolistas, vieron en el cautiverio de Fernando VII, y en todos los aires que se respiraban una única oportunidad para ensanchar el estómago del dinero. Con esto se demuestra el obrar de muchos actores de dudoso proceder que hoy cuentan con plazas, bustos, libros y calles. Tenemos aquí el ilustrado ejemplo del fracaso de la Primera Junta, o el retardo de la rápida organización y constitución del naciente país que aun, como un feto, no tenía delimitadas sus fronteras.
Si se entiende la inoperancia y traición de Viamonte en Huaqui, o los negocios oscuros de Rivadavia, se quita el telón de semejante circo. Concluimos como el país que pudo, pero no fue. Deducimos la tristeza con que el patriota Belgrano muere en su lecho, o el veneno que coaguló la sangre de Moreno. Hubo muchos ingratos es verdad, pero también estuvo aquella estirpe digna y virtuosa que- errados o no en los medios- no se apartaron del objetivo ni del camino cual era constituir “un país donde sus hijos pudieran mandar” y esto que decía Castelli connota mucho de una simple oración de carácter político. Había que fundar algo nuevo, algo más próspero y feliz ante tanta desgracia en cualquier latitud de la tierra.  Se encontraban entonces con una inmensa pampa despoblada. Abundante en recursos. Donde no había un sistema indeleble estrictamente establecido; todo era inestable y cambiante. Y podía cambiar. Tampoco se contaba con una identidad común, sola la que la casta o el título daban. No había bandera, ni himno, ni ningún tipo de símbolo propio de un país. Únicamente subsistía la tambaleante construcción de un virreinato cuyos estandartes de opresión e injusticia otorgaban más razones para demoler aquel edificio que un 25 de Mayo fue ruina. Todo se preparó para levantar a la faz de la tierra una nueva y gloriosa Nación. Entonces, esta estirpe visionaria dio bandera, himno, escudo, moneda, pensó el país de una forma; imaginaron e intentaron construir un porvenir próspero como justa herencia a sus hijos, las generaciones venideras, nosotros. Entregaron lo más sagrado que tiene cada individuo, su propia vida. Algunos la extinguieron en el campo de batalla, o bajo el acero enemigo. Otros la apagaron lentamente, como el fuego de una vela que se consume de apoco, por el ardor de su ímpetu y voluntad en aras de esa añorada libertad. Han tenido la enorme gratitud de superponer sobre si mismos el bien público, la verdadera justicia, por sobre una vida cómoda o vulgar. Se comprometieron, y eso es lo que los hace traspasar las fronteras mundanas de los hombres mediocres. Fueron grandes en toda su expresión, no porque quisieron, si no por lo que hicieron. Coherencia, entre idea, realidad, y obra. Esa es sin duda, la excepción de las ilustres personas.
Hoy, sin embargo ya hay himno, bandera, escudo, moneda, leyes, instituciones, Estado, gobierno, e identidad. Ya acontecieron sucesos, procesos, gobiernos, dictaduras, oligarquías, populismos, pretendidas democracias; el país dio gente de renombre ante el globo entero. En la música, el deporte, la literatura, el arte, las ideas. Pero aún sigue pendiente el legado, la razón del sueño de Mayo: un país feliz.
Como si los escombros del virreinato continuaran desparramados y enmohecidos. Parece que nada se ha construido, o todo se ha derribado. Creo más lo segundo.
Las páginas de nuestra historia ya son 201. Bastantes para buscar una excusa que justifique nuestra desdicha. Pocas para dejarse abatir por la realidad. Pero ¿con que mantener las esperanzas, el sueño añoroso de una República próspera, si cada gobierno que sucede, cada vez que pasan los años la situación no es nada favorable, siendo más alejada la distancia entre miseria y prosperidad? Se dice que la juventud no debe apagar el fuego que la caracteriza en pos de la construcción del futuro. Pero ¿con que mantener encendido ese ardor? Y añado ¿ésta juventud? ¿esa clase de bribones, ociosos, y amorfos; desprovistos de toda moral, toda ética y todo honor; que nada entienden, ni nada les preocupa más que placeres vulgares y efímeros? Viendo todo esto solo debo preguntarme lo mismo que se interrogan los forasteros ¿hacia dónde vamos? Y duele más, saber la respuesta: hacia las cadenas. El trágico derrumbe. Donde los escombros todo lo aplastan, y ya en ruina nada se levanta. Solo polvo, tristeza y polvo. Séneca enseñó “ningún viento resulta favorable si no se sabe a qué puerto se dirige”. He aquí una sabia máxima que no se debe olvidar.