"Mas los bravos que unidos juraron, su feliz libertad sostener; a esos tigres sedientos de sangre, fuertes pechos sabrán oponer"

lunes, 11 de abril de 2011

Laureles marchitos.

La ofrenda de un Granadero. 
La historia pocas veces es justa para con sus grandes actores y gestores. Sencilla razón, porque el hombre – quien escribe la historia- no es justo. Siempre atiende a aquellas cuestiones que más le apasionan, que más toma partido y más le repugnan. De aquí se orgina la multiplicidad de escritos sobre los grandes personajes de la historia de la humanidad. Algunos elevarán a Bonaparte a los más altos panteones de la gloria. Otros en cambio, lo condenarán por la bruma de Waterloo. Los primeros lo verán como un Héroe de Francia. Los segundos como un ambicioso tirano.
Por esta causa cada sujeto amante de la historia debe apretar fuerte y tirar, para que las riendas no den libertad al caballo salvaje, a la pasión que muchas veces es sorda y ciega a la vez. Y cuando enferma, degenera en un apenante fanatismo.
Pero la denominada objetividad es hermana de la prudencia. Prudencia ilustrada por la luz de la razón, y la intensa busqueda de la verdad.
En este humilde escrito intentaré dar a conocer a un personaje de gran magnitud. Combatiendo quizás con esa injusticia de la historia, que adorna con abundantes laureles las frentes de unos pocos, y otros sujetos de grandes méritos deben contentarse con un efímero suspiro de algúna boca que se acuerda de pronunciar su nombre.
Las páginas argentinas en su docientos años llevan impresas un gran listado de actores que la escribieron: con los fusiles, la pluma, la palabra, los pensamientos, y las cadenas. Que enaltecieron el país, como también lo han abatido. Que libraron épicas batallas, escribieron sólidos libros e inventaron progresos y aportes hacia las ciencias.
Así de surrealista, novelesca, utópica y triste es la historia de mi Republica Argentina. Un enfrentamiento perpetuo entre intereses y justicias. Entre opresores y oprimidos. Entre argentinos, con argentinos.
No será la ultima vez que mi pluma trazará con tinta de dolor una crítica hacia la supuesta o pretendida memoria completa, o memoria nacional. Si ella fuese como dictamina su nombre, hoy estaría abocado a otra tarea que no sea la de exponer sobre este hombre.
Es preciso pues, contemplar la importancia de la historia en su esencia con el objeto de construir una sólida identidad que caracterize al país. Identidad que se corrompe día a día por mentes alocadas y estólidas; y también por corazones flacos y moribundos.
La Patria ha tenido pocos hombres que han logrado trascender las fronteras de la miseria humana expresada en actos poco gratos y bienhechores. Esto que a continuación voy a narrar merece ser guardado en el sagrario de cada ciudadano. El justo y agradecido recuerdo.
Tres de Febrero de 1813. Bastaron sólo escasos quince minutos para que un individuo desconocido y a quien se le guardaba una inestable confianza, probara con su propia vida la clase de guerrero que era. Recién llegado luego de tantos años de moldearse bajo el acero y pólvora de la bandera de guerra española. Y ahora, inesperadamente retornaba a su tierra natal para derribar ese pabellón que lo había forjado desde tenprana edad. Con el estampido de un cañon en un intenso pero corto combate, este individuo pone de manifiesto el potencial y gallardía que acantonaba en su corazón. Hablo del entonces jefe de granaderos a caballo Don José de San Martín.
Sin embargo, no expondré acerca de este magno e ilustre hombre que no injustamente ostenta el rango de Padre de la Patria. De él se han ocupado, algunos mezquinamente o parcialmente, incontables autores y escritores. Trazar acerca de él, sería no valorar las serias biografías que exponen su vida. Haré mención en el presente artículo sobre su segundo al mando en aquel combate que decora y bautiza el pecho de un granadero. El capitán de caballería Don Justo Bermúdez. Uno de los tantos que deben contentarse en alguna gloria trascendental, con un tibio suspiro de una boca que se acuerda de pronunciar su nombre.
Nacido en la Banda Oriental – hoy Uruguay- en mayo de 1774, participa en las primaveras de la edad bajo las órdenes del brigadier Liniers durante la contienda con los ingleses. Luego, como tantos efusivos jóvenes se incendian por el fuego de la Revolución que aspiraba a fundir las cadenas que sujetaban a la América. Es así, que este valiente se incorpora al recién creado cuerpo de elite de caballería, el regimiento de granaderos a caballo.
No se sabe más que esto que expongo. Algún dato provechoso quizás, figure en un libro. Pero me centraré en aquel suceso que lo coronó con los laureles de la Patria. El combate del convento San Carlos, en la localidad de San Lorenzo, provincia de Santa Fe.
Hacía tiempo que los realistas – aquellos que defendían en armas los intereses del Rey- sentían los efectos negativos del asedio que las fuerzas patriotas estaban efectivizando en Montevideo. Pese a ello, la derrota de la escuadra independentista en las aguas de San Nicolás (1811) permitía abastecer a la ciudad oriental. Seguidas incursiones se hacían sobre las otras márgenes del río; saqueando y destruyendo poblaciones y pequeñas ciudades.
El triunvirato teniendo noticias de estas acciones, ordena a San Martín y sus hombres patrullar las orillas de los ríos para evitar un desembarco.
El jefe correntino adquiere información sobre un eventual saqueo a un convento religioso. Tres buques de guerra con bandera española estaban remontando aguas arriba. Había que actuar.
Las cicatrizes de encarnizadas y opulentas batallas que vivió nuestro Gran Capitán desde pequeño, lo llevaron a trazar un rápido plan de acción.
Como el mariscal Murat, San Martín confiaba en la velocidad de embestida que podían realizar sus granaderos. “Ni un tiro” dijo. Se ocultarían detrás de los enmohecidos muros que proporcionaba el convento, y allí el factor sorpresa sería crucial.
Divide sus ciento veinte hombres en dos escuadrones. El primero bajo sus mismas ordenes. El segundo, a las del Capitán Bermúdez.
Tomarían por asalto ambos flancos de las tropas enemigas. Irónicamente, San Martín le exclama a Bermúdez “¡en el centro de la fuerza enemiga daré a usted mis ordenes!”.
Los realistas avanzaban confiados. No se esperaban ningún tipo de resistencia. Pero el clarín raja el silencio, Marte ebrio de sangre ansía ver semejante espectáculo. “¡A deguello!” grita el Libertador. La batalla había comenzado.
Se ponía en ejecución por primera vez en las tempranas guerras de la independencia un auténtico cuerpo de combate; entrenado, capaz y con un jefe respetado, que lo diferenciaban de las masas atolondradas que componías las filas de los Ejércitos regulares.
Bermudez con el 2do Escuadrón tiene que dar un rodeo y asaltar furioso el flanco enemigo. De modo que San Martín los embista luego y los enemigos no consigan retirarse.
Los entendidos en estrategia y el arte de la guerra exponen que el segundo de los granaderos comete un gran error que San Martín criticaría después. Realiza un trayecto demasiado largo con el objeto de efectivizar el choque.
Nuestro valioso jefe al contemplar esta situación, debe salir con la mayor celeridad posible detrás del convento de modo que no se comprometa la suerte del combate por una falta de coordinación en las acciones.
Es conocida ya, representado en varias obras de arte, el estampido del cañon y la caída de San Martín del caballo. Acto que indudablemente de no ser por los dignos Cabral y Baigorria, podría haber quitado la vida a nuestro Libertador. Y la historia, quien dice, sería otra.
La batalla continua. Un proyectil disparado por la artillería enemiga consigue derribar a San Martín. Los realistas al distinguirlo como jefe de la unidad, intentan rematarlo. Pero al precio de sus vidas, dos granaderos no lo permiten.
La caída hace que San Martín no pueda continuar las acciones. Queda aturdido en el suelo, protegido por algunos de sus hombres.
Bermudez pues, queda a cargo y ordena la persecución del enemigo que, no podiando formar cuadros para contrarrestar la potencia de la caballería, comienza a replegarse.
La embestida que se acomete es de considerable magnitud. Los realistas totalmente acongojados y vencidos se arrojan de los barrancos para evitar una muerte certera por el acero de un sable. El alférez Bouchard que comenzaba su leyenda, se alza con el estandarte del Rey quitando la vida a su abanderado.
Tanta efusividad empeñada, cumpliendo así con la directiva pronunciada por su derribado jefe “¡A deguello!”, ocasiona disparos de artillería por parte de las naves españolas que cubrían la retirada de sus doblegados pares.
Una esquirla barre los aires. Silba. Viaja veloz. Se incrusta letalmente en una pierna del valioso Bermúdez. Grita. Cae. Y comienza a sangrar. No importa. El osado aventurero parte escarmentado hacia Montevideo. No volverán a saquear ninguna población de la otra margen del río. ¡Victoria! Asi celebrán los ya bautisado con sangre y pólvora de los granaderos. El honor vestido de gloria fluye por aquellos cuerpos efusivos y mortales.
San Martín aún aturdido de aquel suceso no puede trazar el parte de batalla. Lo dicta verbalmente. Conta: 14 bajas propias. 40 enemigas, 14 prisioneros, 2 cañones y una bandera.
Una sierra, una cuchilla y la mano de un médico amputan la pierna del segundo jefe, el capitán Bermúdez. Nuevamente grita. Y con lágrimas en los ojos, en el silencio de un cuarto a horas del atarceder, se desata el muñon. Pierde sangre, demasiada. Su conocimiento se va nublando. Escucha sonidos raros. Pero no puede permitirse saborear más el bocado de la victoria. Su inexperiencia, imprudencia o ceguera ferviente de arrojo, casi comprometen el resultado de aquel memorable tres de Febrero. No más, se dice. Y privándose de llegar quizás, a ser un considerable general o sencillo héroe reconocido y honrrado como aquella estirpe de la independencia, se deja morir desangrado. Un imbálido no puede conducir hombres en el campo de Marte hacia el honor, se convenze.
Un simple granadero pasa a la inmortalidad. La Patria lo lleva como centinela a sus tempranos panteones de la gloria perpetua.
Es esta la historia de aquel sujeto que hoy no ostenta tristemente el reconocimiento que le compete; como sucede con tantos desconocidos guerreros y hombres de buena voluntad. Los laureles son para aquellos que impongan modas o tendencias. Al resto, ¡a quién le importa!
Penoso pensar, pero real. ¿a qué se debe pues, que un efímero combate de pequeñas unidades y de solo un cuarto de hora sea tan reconocido y memorable? Primero. Se pone en marcha la acción de un cuerpo profesional, de una verdadera elite bélica, contra un enemigo que iba doblegando las fuerzas militares de la Revolución. Segundo: porque San Martín empieza a plasmar su leyenda. Tercero: porque en sólo quience minutos un puñado de hombres se destacan por su indeleble hombría y coraje. San Martín, Bermudez, Cabral, Baigorria, Bouchard, Diaz Velez. Cuarto: porque los realistas no osarán a saquear nuevamente las poblaciones ribereñas del litoral. Quinto: se ejecuta un brillante, certero y fugaz plan de batalla que consigue en escaso tiempo vencer a un enemigo considerable.
Es preciso realizar un rescate de las tinieblas densas y confusas del crimen del olvido. Abandono que sujeta el ejemplo ilustre de grandes hombres que, desde su pequeñez ofrendaron su sagrada vida a expensas de un justo ideal. ¡Causa noble y digna de recuerdo! Recuerdo que debe iniciarse de una vez si se desea adquirir una sólida identidad nacional. Los ejemplos que expone la historia argentina son gratos y honrrados. Basta sacarlos de aquel inframundo de la ignorancia. Bermúez pues, es uno de ellos.

4 de Abril del 2011. Ciudad de Mar del Plata. La Guardia del Sur.

domingo, 3 de abril de 2011

Tras un Manto de Neblina.

Breves reflecciones sobre la cuestión Malvinas.
 al ciudadano argentino:
Hay una niebla densa, abundante, espaciosa, abrumante, de vapor helado mezclado con sangre.
Una niebla que impide ver. Ni siquiera a escasos metros. Una niebla de candente expresión surrealista, que lleva consigo siglos de ultraje, de himpotencia, de pólvora y cañón.
Una niebla que arrastra en sus suspendidas e infínitas partículas el sonido de la guerra; relampageos centeyantes, gritos de arrojo y de muerte, el fluído caliente y espeso que transita por los cuerpos mortales; la hombría, la gallardía, la sangre propia. Y el viento austral no llega a barrer ese manto de neblina. Su fuerza apabuyante con que sacude las olas del Atlántico a su antojo no basta. Se resiste, como se resistió Leonidas I a addicar ante sus enemigos.
La neblina trae ceguera, no deja ver. Lleva consigo, como una peste medieval, la epidemia del alsheimer que sujeta con pesadas cadenas la memoria y el corazón de los ciudadanos de hoy.
Semejante peligro lleva al naufragio, a una colición contra terribles escollos. Y allí, en medio de ese mar helado, luego de haberse hundido el buque, ya no habrá pulmón que resista, el olvido se lo lleva todo.
Es propicio, pues adentrarse en ese manto espeso y enceguecedor. La luz que trae la reflección y el conocimiento harán de faro para guiar al buque, y que éste desconociendo su rumbo no sucumba en medio de un mar turbulento y asesino.
Si se tomara a un grupo de personas y les preguntasen sobre Malvinas, enseguida se viene la imágen propia de los mapas políticos o geográficos con que se trabajan en las escuelas. Y allí bien al sur, y un poco hacia el este...se encuentra un manchón de tierra. “¡Esas son las Malvinas!”, se dirá.
Si se interrogara acerca de su historia se contestará que nos la quitaron los ingleses. No saben cuando ni como, pero que nos la arrebataron como un pícaro ladrón se lleva una cartera ajena. Añadirán ademas que hubo una guerra. Se vendrán a la mente las figuras de una plaza llena, de Galtieri, el wisky, y alguna efímera cosa más producto de la ultima película que se realizó sobre el tema.
¿Y que más? Se les preguntarán.
Y nada más, contestarán. Entonces, deviene como un pelotón emboscador, sin avisar, certero y mortal, el manto de neblina.
Parece que la historia de esas islas tan disputadas y añoradas se resume en tres relonglones sobre la conquista usurpadora y la guerra que se perdió. Como un niño de temprana edad se siente contento al saber que la suma de 1+1 es igual a 2, así se sienten muchos argentinos por saber solo lo expuesto sobre las islas australes. Ignorando también que 3-1 es igual a dos y que 4x4-14 da como resultado 2. Saben que fueron argentinas y que hubo un conflicto armado porque es parte de la mediocridad colectiva de repetir de boca en boca, como una tonta tradición oral, y pensar con la cabeza de los demás. Una vez más, el hombre mediocre que describe puntillosamente José Ingenieros.
Sin embargo, si se continuara con el interrogatorio y se les cuestionara sobre ¿que es el Estrecho San Carlos? ¿Como se hundió el crucero Belgrano? ¿quién fue el capitán Giachino o el teniente Estevez? ¿quién fue Luis Vernet o Costa Méndez? ¿como se llaman las dos islas más importantes del archipiélago? Se quedarán mudos, sin una palabra. O quizás algun hipócrita devenirá con mentiras, queriendo demostrar sus conocimientos disfrasando con retórica contradictoria la podedumbre de sus palabras.
Es este el mal que aqueja a los ciudadanos de hoy. Mal que se apoya y fermenta en la deplorable educación en las escuelas y colegios, donde ya desde pequeño el conocimiento de la historia nacional tendría que hacerles gestar un poco más -de la nada presente- el sentimiento de pertenencia y quizás en su virtud más exelsa el patriotismo. Pero eso es ya otra cosa.
Se expande también por la mediocracia que rije los gobiernos internos de cada individuo en su pensamiento. El desinterés, el aplauso ajeno, el no querer trascender, el vivir de la pavada y la vulgaridad. El culto al éxito que es mortal, efímero, pasajero. La gloria en cambio, trasciende toda frontera de la miseria humana, y enaltece al hombre en los panteones de la virtud. En fin.
El insulso ciudadano se contenta inocentemente con desconocer su ignorancia. ¡que mal peor! O quizás de haber rodado sobre sus mejillas una lágima húmeda al finalizar de ver la película de Iluminados por el fuego, que solo muestra la parte cobarde de la guerra, como intentando dejar ese mensaje. De hambre, maltrato, inoperancia y derrota – que de hecho sucedió- empero yo me pregunto ¿a dónde quedó la parte heróica, los nombres memorables de su primer caído hasta el ultimo y anónimo conscripto? ¿quién sabe acaso sobre la hazaña de nuestros pilotos o sobre la acérrima resistencia del 5to de Infantería de Marina?
Nadie. Una vez más, el manto de neblina...
El objeto del presente escrito tiene por finalidad la reflección. No pretendo aquí dar apuntes de historia, ni de geografía, ni nada de esas materias sobre las Islas del Atlantico Sur. Para ello existen serios escritores con prestijio autorizado que dan mucho más de lo que yo brevemente pueda exponer. Ahora bien, ¿por qué analizar la cuestión malvinas? Porque es un deber, una necesidad y una obligación. Si ello no son motivos suficientes entonces pues, estaré en deuda con el lector.
Sucede dentro de los disparates que ocurren en mi país una enorme confusión; mezcla de intereses, ignorancia,y poca luz en el pensar general de la sociedad. Confusión que se sustenta en el olvido, la hipócrita lectura de los hechos y evidentemente, el salvaje leviathán; ese monstruo que debora y destruye, aniquila y desune; la ausencia de patriotismo.
Hoy en día si se proclama a viva voz ser un defensor de la cuasa asutral; rememorar sobre todo la guerra en sus heróicos actos y ser un acérrimo reclamante de ese territorio, casi sin duda se lo tildaría de esa palabra que intenta ser despectiva y que se ignora el verdadero significado. “Facho”. En alución a ser partidario de ideas concernientes al fascismo. Además detrás de ese intento de insulto se hace referencia a ser admirador, o justificar la ultima dictadura civico-militar iniciada en 1976 y finalizada en 1983. Nada más apenante.
Hay una podredumbre en el pensar social. Una descomposición de materia gris que impide el funcionamiento de la prudencia y el análisis. Como si las nueronas se decretaran en huelga a la razón y quisieran seguir aquello que entra vulgarmente por los oídos. La opinión ajena. Opinión que, como expone Ingenieros, es efecto de la mediocridad, la sombra y la hipocrecía.
Esta miseria es la que lleva a olvidar la historia del propio país. Este descuido grave y criminal produce una pérdida de identidad nacional, llegando incluso al acto atroz y ominoso de ser indiferente ante los simbolos patrios. Sencillo. Miren a un individuo cantar en un estadio de futbol, obsérvenlo luego, entonando las estrofas del himno nacional en algún acto público – si es que concurre-. En el primer caso se quedará sin garganta debido a la efusividad empeñada. En el segundo, palabras por debajo de la tibieza y de la tonalidad normal serán escupidas al aire. ¡Triste atropello! Pero real.
Todo ciudadano argentino no puede negarse descuidar o dejar en un corroido cofre el sentimiento por nuestras islas del Atlántico. Hay que diferenciar bien entre un proceso que acribilló al país so pretexto de redimirlo, de la causa justa que es combatir por lo que pertenece a uno. Sin embargo, no estoy justificando el acto bélico.
Aquel curioso que halla tenido la oportunidad de recurrir a las interesantes página del mariscal Von Klausewitz podrá sacar la siguiente máxima. Que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Cuando la diplomacia, - más económica y abismalmente menos cruenta que un efrentamiento armado de la magnitud que sea- fracasa, entonces se pone en marcha el aparato bélico. El objeto de toda guerra es abatir al enemigo antes de que él consiga tu derrota. Como gritaba Patton “¡haz que el otro muera por su patria, no tu por la tuya!”La finalidad - una vez alcanzado las condiciones favarables bajo el fuego de las armas- es poner las condiciones propias al vencido. Una imposición de interés, por sobre aquel que no ha conseguido semejante meta. Así, y mucho más es la realidad de la guerra.
Toda guerra trae al vencedor un fortalezimiento de su imágen. Intensos laureles que llevarán a alcanzar incluso ambiciones personales. Escipión fue otro después de la batalla de Zama, como Bonaparte echó todo a perder en un Waterloo.
Galtieri no solo perdió el mando del país, si no que recibió una condena pública y moral por su incompetencia y locura. Murió como un traidor y cobarde. Quien sabe donde andará ahora su condenada alma. Tatcher en cambio, logró otro triunfo político. Recompuzo a expensas de la victoria militar, su abofeteada imágen por causas de inestabilidad y crisis en su país.
¡Ay del vencido!” decía Plauto. Y así sucedió.
Una guerra debe ejecutarse bajo las siguientes condiciones. Primero y primordial: como defensa ante una agresión armada. Segundo: cuando se hallan agotado todos los medios de diálogo y diplomacia. Tercero: cuando se reunan probables condiciones de éxito ante semejante empresa. Cuarto: cuando la población está dispuesta a apoyar la guerra, aún a costa de su padecimiento.
Estos son los mínimos requisitos que imprime la llamada guerra justa o legitimidad de la guerra.
Analizando lo sucedido en nuestro país, veamos si la guerra de Malvinas estaba en condiciones de ser ejecutada bajo los criterios que expuse anteriormente.
Con respecto al primer principio: En 1833 una fragata de bandera británica desembarca en las islas y expulsa, a expensas del fusil y la muerte, a la pequeña población argentina, con su auotoridad política que allí residían. Desde esa fecha hasta el inicio de la contienda en 1982, la Republica Argentina ha tratado siempre, por vías de diálogo y diplomacia, entablar una discusión sobre la sobernía del archipiélago. El Reino Unido, respondió con el silencio.
Vemos que tantos años de intensas tratativas que nunca fueron atendidas, y ante el criminal atropello de un ultraje y conquista, dan las pautas de pelear por lo pretendido.
Es como aquel individuo que le arrebatan algo, y luego de pedirle a su agresor que se lo devuelva, y ante la negativa de éste, la víctima recurre a los puños en justo derecho de quitar por la fuerza aquello robado. Algo tibiamente similar sucedió entre ambos paises.
Concluímos, por ahora, que es legítimo el uso de la fuerza para conseguir un objetivo esencial, justo, y propio.
Toda persona que ante un atropello no se hace respetar, primero por vía de la palabra, segundo por medios de fuerza, es un debil, torpe y repugnante cobarde. Pues quien no se respeta a si mismo, no puede pretender que se lo respete. Entre paises ocurre algo semejante. Bajo este ejemplo es que Gran Bretaña se mofa de nuestro reclamo. Un país tiene autoridad cuando sustenta ese prestigio una economía própsera, instituciones sólidas y eficientes, y además tristemente, el poder militar. Comparen a la Argentina y su presente situación con el Reino Unido, y las concluisones están echadas.
Recurrámos ahora al segundo principio: Ya hemos expuesto que luego de 149 años no se ha avanzado en la negociación. Iniciada siempre por medios de paz e intento de mutuo acuerdo, siendo el país sudamericano el principal abastecedor de las islas Malvinas, aún bajo pabellón británico. Pues estos consideran a sus habitantes como ciudadanos de segunda clase. Hay una enorme difrencia entre un londinense y un kelper; como lo había de un ciudadano romano de entre un hispano en tiempos del Imperio.
Concluímos que el segundo principio está aprobado para empeñar el uso de las armas. Pero no nos precipitemos, es preciso continuar el análisis.
En lo refente al tercer principios: sólo un necio se precipitaría furioso contra un paredón que ni siquiera llegará a rasguñar. Es impensable que Argentina se acometa contra el Reino Unido, país que lleva enormes condecoraciones durante bastos siglos por sus eficaces campañas y conquistas militares. Combatir una nación guerrera, de tradición bélica y con poder económico y militar es una necedad e imprudencia. En un mero tiempo se sucumbirá. Pero en Malvinas no les fue fácil.
Sucedió algo similar en la guerra por la independencia. Las Provincias Unidas por aquel entonces no disponían ni de medios, ni de hombres, ni tampoco de recursos para alzarse contra sus amos, los realistas. No obstante, la capacidad e ingenio de unos pocos hombres de la talla de un San Martín, Guemes o Brown bastó para organizar respetados ejércitos y escuadras con la finalidad de alcanzar la libertad.
La guerra con el Brasil también nos soprendió. Nuevamente sin medios, ni pertrechos. Un país abatido por las guerras civiles, que pese a ello venció militarmente al Imperio. Un Paz, nuevamente Brown, Espora y Brandsen, fueron suficientes para la victoria.
Cuando se cuenta con carencias de armas y recursos para emprender un enfrentamiento armado, sólo se puede confiar en la capacidad de grandes hombres en la materia. Quizás su ingenio de conducción pueda suplir la falta de medios, pero sustentarse en esto es propio de la imprudencia. Son escasos los ejemplos que argumentan esta cuestión. Argentina, no obstante los tuvo.
Hay que contar con certeras probabilidades de éxito, amparadas por un poder militar respetable, para batirse a duelo en el campo de batalla. De lo contrario, se estarán sacrificando hombres en vano.
Antes de montar una campaña, hay que planear detalle por detalle, fusil por fusil, y mayor aún la capacidad y probabilidades que cuenta el enemigo. Pues ya lo ha dicho Sun Tzu “un enemigo sabio, golpea donde uno más seguro cree estar” Sabias palabras. Los inoperantes que rejían el país por aquel entonces se contentaron con decir “Gran Bretaña no va a reaccionar” o “EEUU nos ayudará a una salida pacífica” y entonces, nos soprendió la Fuerza de Tareas Británica en el Atlántico Sur. Cuando Argentina decidió reaccionar, los ingleses estaban avanzando sobre Puerto Argentino (capital de las islas).
Analizando la temática, la República no estaba en condiciones de enfrentarse al Reino Unido. Aunque éste estaba realizando una campaña de desarme debido a su crisis ecónomica que exigía la reducción de gastos en el campo militar. Nuestro país había adquirido serios aparatos de ultima generación. El conocido binomio Super Etendard-Exocet. Avión y misil que llevaron a una nueva forma de combatir sin exponer al personal a los riesgos de un ataque de baterias AA o misiles MA.
Pero la experiencia de la historia nos demuestra, como ya hemos mencionado, que cuando escasean los recursos debe contarse con la capacidad de hombres destacados en las armas que sepan administrar, conducir, organizar y combatir. Argentina los tuvo. Aunque las jerarquías de mando y decición estaban dirijidas por cobardes inoperantes. Fueron más que deplorables los descuidos y horrores estratégicos y tácticos que ejecutaron esta calaña de supuestos hombres de armas.
Llevar gente inexperta a la guerra, cuando se contaba con personal adiestrado para semejante tarea; la pésima capacidad logística puesta de manifiesto, donde se pretendía ganar una guerra bebiendo mate cocido una vez al día; la parálisis operativa contra-ofensiva que llevó a cabo el Ejército, y tantos inentendibles descuidos fueron los vectores que trazaron la resultante de la derrota.
Vemos bajo este tercer principio que evidentemente las condiciones no estaban dadas para alcanzar el éxito en la contienda. Pero el heroísmo, la perseverancia y el valor de nuestros hombres ha generado en la boca del alte. Woodwar decir que si Argentina continuaba la guerra dos semanas más, ellos casi de seguro se retirarían o rendirían.
Todos los análisis y contemplaciones que podremos exponer hoy en día - finalizada la guerra- no son más que supuestos y anacronismos. Porque a mi parecer el Reino Unido no dejaría un impecable historial militar marchitarse por un mero archipiélago. Seguramente su gran aliado norteamericano intervendría con sus fuerzas efectivas en la campaña....pero vuelvo a sostener que todo son supuestos, probabilidades. La realidad es lo que es, y sigo siendo lo que es aunque se piense al revés.
Empero, sostengo que la guerra fue defavorable no tanto por la escases de medios. Pues el ingenio argentino consiguió activar los Exocet, decolar con aeronaves desde el continente y precipitarse contra los buques ingleses aún cuando las intensas millas de distancia daban un margen de acción que no superaba los tres minutos. Se fue vencido por la incompetencia del alto mando. Si un Robacio, Estevez o Seineldín estuviesen en dicha responsabilidad de seguro la realidad hoy sería otra. Pero esto siguen siendo supuestos, y efímeros anacronismos.
Recurriendo al cuarto principio: La plaza colmada de muchedumbres en abril de 1982 reflejó un antes y después - mientras duró la contienda- en el prestigio de la Junta Militar que gobernaba el país. Nunca antes se había visto tanta efusividad, griterio, y aclamación como aquella mañana que se conoció la noticia de la recuperación de las islas Malvinas.
Se pone de manifiesto que la sociedad en amplia mayoría aplaudia la campaña imprudente que inicó Galtieri so pretexto de la sobernía que nos compete sobre el archipiélago. Sin un mayor análisis la población estaba a favor del inicio y desarrollo de la guerra. Tal es así que la imágen de mujeres tejiendo abrigo en diversos lugares como plazas, casas particulares y escuelas, para los combatientes pone de manifiesto esto que expongo. Concluimos que el cuarto principio es favorable.
Ya hemos observado los cuatro principios que autorizan legítimamente, si esa es la palabra apropiada, a un enfrentamiento armado. Vemos que en su mayoría los mismos son propicios al objeto. Sin embargo sería una triste torpeza rejirse por una mera doctrina, por una lista de condiciones que no contempla la propia fricción que conlleva siempre la realidad. Es quizás estos cuatro principios que cité y expuse, un bosquejo muy efímero y sencillo sobre la autorización de la razón a empeñarse en la crueldad del combate armado, no olvidando jamás que la guerra es siempre una derrota para la humanidad.
El buen Alberdi sostenía en su obra El crimen de la Guerra: En sud América la guerra no tiene más que un objeto y un fin, aunque lo encubran mil pretextos: es el de ocupar y poseer el poder. El poder es la expresión más algebráica y general de todos los goces y ventajas de la vida terrena”
Sabias y acertadas palabras de este ilustre visionario. Considero que resume todas las resoluciones y opiniones que podamos explayar aquí.
En 1982 había esa excusa. La de encubrir con los laureles de una supuesta victoria militar el descontento y la crisis que ponía en serios riesgos la continuidad de la Junta.
Esta cuestión borra de un zarpazo los principios expuestos que legitimaban un conflicto armado. Ya no es guerra justa, si no de intereses. Ya no es por la Patria, si no por un tirano.
Hoy, cumpliéndose un nuevo aniversario de aquel 2 de Abril, es propicio recordar y valorar el coraje y hombría con que jóvenes inexpertos y hombres de armas afrontaron el infierno de las bombas, los cañones y el mismo hombre. Aquellos que por la pólvora y el fusíl han sucumbido en las heladas turbas australes, o en las piedras resvaladosas de su posición. Aquellos que un mar helado se fueron escoltando a su crucero de guerra. Aquellos que con lágrimas en los ojos ante el recuerdo de su familia se precipitaban como halcones contra las bestias marinas británicas.
Cuando la sangre se mezcla con el barro, indica que algo se defendió. Y la defensa aún a expensas de lo más sagrado y propio que tiene un inidviduo – que es justamente la propia vida- lo enalteze al rango de héroe.
Tristemente la memoria nacional denomina a ese “héroe” como “chico” o “loco” de la guerra. Claro que aquellos vulgos han estado lejos del fragor del combate. Del fuego, el estruendo y la muerte.
La forma física del corazón de un argentino tiene que mutar con la silueta y el contorno de nuestras Islas Malvinas. Solo así, bajo este noble y altivo sentimiento que es el recuerdo justo y agradecido, se podrá avanzar sobre la sobernía de los archipiélagos australes.
De nada sirve que los demagogos y oradores de la política hablen y apunten cada 2 de Abril a aquellos que están a miles de millas de distancia. Ellos se mofan y carcajean ante nuestra petición.
Bajo el amparo de un país desarrollado; con escasisimos márgenes de pobreza, con industria, educación, cultura, firmeza y solidez institucional, y valientes dirijentes políticos que renuncien a las fiestas y goces del poder por la felicidad de su Patria. Es esta la única receta que garantiza la autoridad suficiente para exigir al sordo y jocoso Reino Unido una negociación pacífica por dicha disputa. Mientras tanto nos deberom contentar con mirar las Malvinas en un mapa que lleva la leyenda “Is. Malvinas (Arg)”
Pues, por más que se hallan maquillado a nuestras islas con otros colores, otra bandera, y otos habitantes, no dejan de pertenecer jamás a la Republica Argentina.
¡Argentino no olvides esto!: “Solo los pueblos que recuerdan sus tumbas heróicas son aquellos que consiguen una ferviente identidad”

 2 de Abril del año 2011. Ciudad de Mar del Plata. Guardia del Sur.