"Mas los bravos que unidos juraron, su feliz libertad sostener; a esos tigres sedientos de sangre, fuertes pechos sabrán oponer"

lunes, 2 de mayo de 2011

El ocaso del Titán.

 
El hundimiento del crucero de guerra ARA General Belgrano.

El reloj marca las 16:00hs.
Allá  por el horizonte marino, una estela de espuma avanza como precipitada sirena en busca de su naufrago marino. Rectilínea, certera y letal.
De pronto, un gigante de acero, una imponente fortaleza flotante se levanta unos cuantos centímetros del aire. Consecuentemente un estampido, un pavoroso tronar retumba en el desierto helado del Atlántico Sur.
La bestia de metal mal herida se resiste de aquella emboscada. Hace honor a su nombre, a su tradición.
Pero, otra sirena mortal va galopando en ansiosa demencia por la superficie del mar. Su inconfundible melodía de guerra y muerte va acercándose a aquel Leviatán sangrante.
Y nuevamente, se quiebra el silencio de cristal. Aquel bastión de honor, de poderío, no resiste semejante embestida. Nada sobrevive, ni persiste a los efectos infernales de Marte. Poseidón una vez más, necesita de la compañía de los hombres en las solitarias profundidades de su hogar.
El reloj marca las 16:02hs.
Aquella indomable fiera comienza a sangrar en negro espeso. Tiñe las aguas de oscuro luto….
Va escorándose, se inclina como animal depredado en agonía. Sus ojos se apagan lentamente. Aún sigue con vida. Pero ya, cuando las agujas señalan memorablemente las 17.00hs, aquel guerrero del Mar, esa máquina sobreviviente de incontables cicatrices, es arrastrada en la mayor serenidad hacia las tumbas del sediento Poseidón.
Y en ese desierto inhóspito, uniforme y temible se escucha en reiteradas veces el sonido de gargantas fervientes. “¡Viva el Belgrano! ¡Viva el Belgrano!”

El 2 de Mayo pasa a los anales de la historia nacional, como un día triste y lleno de ese dolor entrañable que ni la mas clara prosa, ni la voz más poética pueden, ni llegan a expresar. Es el sentimiento que declina y humedece en gotas robustas que surcan los ojos de un corazón sensible. Que condensan en la mirada baja y silenciosa de un espíritu entristecido. De un corazón que guarda en aquel sagrario el recuerdo intacto de ese gigante de acero que navegó por las aguas del Atlántico, que fue actor protagonista de épicas hazañas desde Pearl Harbor, la Libertadora y la Guerra Austral donde encontrará su descanso eterno.
¿Tiene algún sentido después de casi treinta años sumergirse en el recuerdo para rescatar lo que hoy son un montón de planchuelas longevas, torretas desarmadas, y esqueletos metálicos corroídos, todo ello perdido en un rincón del Atlántico Sur? Queda en cada individuo, en cada lector responderse esta pregunta. Yo por mi parte, la obtuve, y es por eso que emprendo este breve escrito.
El 2 de Mayo del año 1982, durante la guerra de las islas Malvinas, un submarino atómico de bandera inglesa ostentando el nombre de “Conqueror” escupe dos letales torpedos contra aquel crucero de guerra. En una hora exacta sucumbe, junto con 323 tripulantes, en el inmenso cementerio helado y ventoso, que es el Océano austral.
Son muchas las reflexiones que pueden desprenderse de la fecha expuesta. Que van, desde probar la legitimidad del ataque, hasta el retiro de la Marina de Guerra argentina de las aguas bélicas por temor a un nuevo acto mortal de los submarinos británicos.
Pero es preciso, memorar la rica y honorable historia que imprimió el crucero de combate ARA “General Belgrano”. Repasemos brevemente.
Botado en el año 1938 en Estados Unidos bajo la denominación de USS Phoenix, era para la época un respetado y moderno aparato naval de combate. Poseía una eslora (largo) de 185 metros, una manga (ancho) de 18 metros y un puntal (alto) de unos 12.8 metros. Contaba además con considerables elementos de combate. Cinco torretas con tres cañones cada una de 152mm, 8 cañones de doble propósito de 125 mm distribuidos en 4 por cada banda (costados del buque) y además 24 ametralladoras de 20 mm. Y para 1982 llevaba una dotación de 1093 tripulantes. Todo este conjunto de mecanismos bélicos hacían de aquel buque un temible titán de los mares. Velocidad, poderío, modernidad, eran los primeros adjetivos que calificaban a aquel crucero de guerra en la época de su botadura.
Las circunstancias de la Segunda Guerra mundial llevan a imprimir el nombre de USS Phoenix en las páginas de la historia de las armadas del mundo. Razón sencilla. Sobrevivió al aguerrido y audaz ataque de las fuerzas japonesas a la base de Pearl Harbor. Escapando ileso de aquella emboscada, se reúne con otros buques norteamericanos para proseguir las acciones en el Pacífico…
Finalizada la contienda, no son pocos los buques de guerra que pasan a un estado de inactividad o poca operatividad. El Phoenix no quedó exento.
Entrado el año 1951, Argentina decide comprar dos unidades de combate para engrosar su Marina de Guerra. Es así que se adquieren el ya mencionado titán del Pacífico y su gemelo el USS Boise. El primero es rebautizado como “17 de Octubre” fecha que recuerda el inicio del régimen peronista, o el empujón que lo lleva a conquistar el poder tras el numeroso apoyo de las masas reclamando su liberación en la afamada plaza. El segundo como “9 de Julio” en conmemoración de la independencia argentina firmada en Tucumán en el año 1816.
En septiembre de 1955, la Armada se alza junto con un sector considerable del Ejército contra el gobierno de Perón. Bajo un solo objetivo: matarlo o deponerlo. No logrando lo primero, consiguen lo segundo.
El 17 de Octubre es utilizado por el jefe rebelde, alte. Isaac Rojas – que por entonces era director de la Escuela Naval Militar- como buque insignia de las operaciones que tenían por misión combatir las aeronaves de la Aviación y cañonear los abastecimientos de los regimientos del Ejército leales al gobierno.  La Libertadora decide borrar esa fecha histórica y significativa para los partidarios del caudillo destronado y nombra al ex Phoenix como General Belgrano. Nombre del más alto ciudadano y patriota que floreció en el país.
Para fines de la década del 60 el ya viejo Belgrano es afectado por una serie de modernizaciones que prolongan su vida útil. Siendo su más calificable incorporación los misiles anti-aéreos Sea Cat.
Esto es, mencionado superficialmente, los principales hechos que marcaron la vida del legendario crucero. Ahora pues, centrémoslos en el conflicto del Atlántico sur.
Serán escasos, o al menos eso creo, los individuos que ignoren el hecho más destacado durante el año de 1982. No. No fue el mundial de fútbol en España.
Una guerra sorprendía a las radios y a cada habitante del país. Nadie se esperaba en cada rincón de la Republica, la memorable imagen de los soldados ingleses tendidos en el asfalto siendo custodiados por fuerzas argentinas. Todos ellos, con el rostro pintado con betún de combate. Las manos alzadas en señal de rendición y la mirada baja por la tristeza o la vergüenza de no poder reducir, ni hacer retroceder a las tropas argentinas decididas a la victoria. 
La inmaculada Enseña Patria volvía a sacudirse por los aires australes. Su silueta se perdía en las alturas, confundiéndose, mezclándose, como arrancando un pedazo de cielo azul de las Malvinas. Esas islas, usurpadas 149 años atrás, pasaban a formar una vez más parte del mapa político-geográfico de la Republica Argentina.
Pero no todo fue en la contienda de la operatividad victoriosa, ni eficacia de la Operación Rosario. (la acción militar argentina que recupera el archipiélago). Durante el mes de abril, mientras el Reino Unido fiel a un impecable historial militar – al igual que el argentino, aunque éste con menos guerras- se alistaba decidido a la reconquista, Argentina sucumbía diplomáticamente en los organismos internacionales sin apoyo considerable de ningún país fuerte.
Como si la historia fuese irónica, o sus actores cómicos y borrachos, las tropas argentinas comenzaban a mediados de mes a sufrir los efectos de escasez de suministros, el castigo del clima, y la estática pasiva que condena toda acción militar a obtener favorables resultados. Marte parecía inclinar la balanza hacia un costado…
El 1 de Mayo, Gran Bretaña despeja toda duda irracional y utópica de dejar a los argentinos con su trofeo de conquista. Aviones hostiles comienzan a bombardear a los argentinos. Es el inicio de la guerra.
El 2 de Mayo. Se refuerza aquella cuestión. Los estólidos mandos nacionales comprueban la incompatibilidad de su hipótesis con la vida de 323 hombres, y un crucero de combate en el fondo del Océano.
Aquella tarde ventosa en el inmenso Atlántico sur el Belgrano navegaba en soledad por las aguas. Un día antes, el clima no acompañó para lanzar una operación arriesgada contra la flota enemiga. Se quería utilizar la gran mayoría de las naves puestas en escena, con el objetivo de golpear decididamente el corazón de la fuerzas de tareas británicas. Sus buques, y más preciso aún, sus portaaviones.
Por el norte irían el 25 de Mayo (portaaviones argentino)  con su escuadrilla aérea embarcada, escoltado por los modernas fragatas T-42, mientras que por el Sur el Belgrano, el Piedrabuena y el Bouchard interceptarían una posible retirada de las naves enemigas.
Esta intrépida acción “de pinzas o tenazas” fue abortada por un inesperado cese de viento en la pampa azul del Atlántico. Dicho factor, imposibilitó el despegue catapultado de los aviones navales. Tristemente ante tal infortunio, se emprende la retirada. Marte parecía haber inclinado la balanza…
Hacía algunas horas que un submarino atómico inglés venía persiguiendo al Belgrano. Sin saber este ultimo de aquel sigilo, la plana mayor del submarino envía en reiteradas ocasiones la autorización al alto mando inglés para disparar contra el crucero. Como éste se encontraba fuera de la zona de exclusión impuesta por ellos mismos, Gran Bretaña en primera instancia negó ejecutar dicho ataque.
Ahora bien  ¿si el Reino Unido conociendo la posición del buque argentino y sabiendo que no estaba en la zona hostil impuesta por ellos, bajo que criterios o argumentos ordenan el hundimiento del Belgrano? Por la razón más profunda y acabada que puede haber. Bajo el solo argumento de la guerra.
Siendo concientes de la enorme posibilidad de derrotar a la marina argentina con un solo ataque, debilitar su moral, y demostrar el poderío militar de sus fuerzas navales ante la incompetencia de los buques argentinos de poder responder a los ataques submarinos, se lleva a cabo la acción letal contra el crucero nacional.
Este supuesto que planteaban los mandos navales enemigos devino en realidad. Tras el hundimiento del crucero, toda la Armada Argentina se repliega a aguas menos profundas y más cercanas al continente de modo que, no se comprometa un solo buque más ante el poderío silencioso de los submarinos atómicos.
Con solo dos torpedos, ocasionan la muerte de 323 hombres. Casi la misma cifra de los soldados argentinos que caen combatiendo en tierra durante toda la contienda.
Logran generar un gran problema de logística y abastecimiento tras el retiro de los buques de las aguas hostiles. Y golpean decididamente la moral combativa de las fuerzas nacionales.
 Se cuestiona hasta hoy en día la medida de abatir al Belgrano pese haber estado fuera de la zona bélica impuesta por los británicos. Titulándola principalmente como crimen de guerra. Pero todo militar sabe que la guerra es una puja constante de intereses. Donde las posibilidades se dan una vez, y el no saber aprovecharlas ocasiona una variación de las acciones venideras, mayormente con efectos negativos. Que el llamado a respetar aún en medio de la contienda al enemigo, o garantizar su vida bajo ciertos puntos de la denominada guerra justa o racional, son todos maquillajes o riendas poco firmes que intentan sujetar la crueldad ominosa del hombre en guerra. Su misión es el triunfo. Y los medios, tristemente, poco importan.
Queda en cada jefe de armas, en su moral y conciencia, contemplar y reflexionar sobre que pesa más. La certeza de una matanza con probabilidades de victoria, o la pasividad ante ocasiones ventajosas que, desaprovechadas, pueden condenar a aquel misericordioso. La vida del hombre, aún la del enemigo, siempre guarda algo de dignidad. Pero mientras tenga las armas en su mano sigue siendo el peligroso enemigo. Y esto es una máxima de la guerra.
¿Quién sabe que sucedería si el crucero de combate argentino no fuese torpedeado por los británicos? ¿Quién dice que, de haber tenido los argentinos una oportunidad semejante de atacar vilmente alguna unidad inglesa no la hubiesen ejecutado? El General Belgrano poseía un respetado poder naval de fuego. Sus torretas con tres cañones podían asestar certeros inconvenientes a las fuerzas británicas; tanto en el mar, como incluso en tierra.
Empero esta cuestionada reflexión que deja siempre la ominosidad de la guerra no se agota en cálculos, ni supuestas hipótesis. Existe en nuestra historia una valiosa ilustración.
El ejemplo magno que dio nuestro General Manuel Belgrano luego de aplastar al ejército del Rey en Salta en 1813 deja un análisis a considerar sobre la temática expuesta. Habiendo vencido a su oponente, y capturando a todo sus fuerzas – desde el comandante hasta el último soldado- decide no pasarlos por las armas bajo la condición de no volver a levantar las armas contra la causa de la Revolución. Su jefe cumple, pero muchos de esos soldados se volvieron a las filas del Rey y tomaron venganza en las pampas de Ayohuma. Volvemos a la polémica cuestión sobre que medida toma más peso, o debe aplicarse.
Como ya se sabe, ese 2 de Mayo el HMS Conqueror dispara tres torpedos contra el crucero argentino. Dos impactan. El primero en la sala de máquinas. El segundo le arranca casi 15 metros de proa. El titán mal herido da cierta pausa antes de morir, como queriendo dar una oportunidad de sobrevivir a sus tripulantes. El reloj marca las 16:02hs.
Casi veinte minutos después del ataque, el capitán del buque – Capitán de Navío Héctor E. Bonzo -  da la más difícil e indeseable orden de un comandante de mar. Abandonar la nave…
Sin luz, bajo un infierno de gritos y desgarros, explosiones debido a las combustiones internas en el buque, obstáculos, desesperación, llanto, sangre, muerte, vida, todo en juego. Así debieron sortear y conseguir el pasaje de subsistir en el diminuto estrecho que otorga un barco hundiéndose, entre la vida y la muerte los hombres de mar de aquella nave.
Ya para las 17:00hs, en esa tarde ventosa, agobiante y helada en el Atlántico Sur, el crucero General Belgrano muere con la misma serenidad de quien ostenta su nombre. Baja despacio y silencioso a las profundidades misteriosas del Océano. Se hunde, no queriendo cesar su vida, anhelando navegar más millas y acumular cuantiosas hazañas. Desaparece de la superficie marina, sin llevarse consigo a ninguna balsa que lo contorneaba.
Los sucesos que devienen tras el deceso del buque solo pueden ser contados con sincero expresionismo en acuarelas tristes de realidad, por aquellos tripulantes que consiguieron valerosamente vencer la guerra interna de morir o vivir.
Las intensas y marcadas horas en ese solitario mar. Los vientos de más de 50 kilómetros, olas de diez metros, temperaturas bajo cero, la balsa que se agitaba como queriendo despegar de la superficie del mar. La duda del retorno. La incertidumbre. El miedo encarnado. La milésima de segunda que se convertía en la eternidad infinita como la del Universo. Esa alianza con Dios ante la certeza de padecer como gárgolas de hielo; una mente apagada revolucionándose con miles de millones de imágenes de familiares, amigos, barrio, patria. Un corazón que comienza a mutar con la silueta física de las islas Malvinas, y allí casi en el mismo instante, se graba, se imprime, se colorea con gotas coaguladas de bandera argentina la leyenda indeleblemente inmortal “Crucero ARA General Belgrano” 


2 de Mayo del año 2011. Ciudad de Mar del Plata, Buenos Aires. La Guardia del Sur.